LA GRAN HERENCIA DE MICHAEL CACOYANNIS: LA TRILOGÍA CINEMATOGRÁFICA DE EURÍPIDES

The Greatest Legacy of Michael Cacoyannis: the Euripidean Film Trilogy

Alejandro Valverde García
Licenciado en Filología Clásica
Baeza

Recibido el 5 de Septiembre de 2011
Aceptado el 20 de Septiembre de 2011

Resumen. El día 25 de julio de 2011 saltaba a los medios de comunicación de todo el mundo la triste noticia de la desaparición de uno de los más importantes directores de cine del siglo XX, el chipriota Michael Cacoyannis. Sirvan las presentes líneas como homenaje a aquél que supo revitalizar las antiguas tragedias griegas dejándonos sus inmortales adaptaciones cinematográficas.
Palabras clave.Cine, Literatura, Tragedia griega, Michael Cacoyannis, Eurípides, Electra, Ifigenia, Las troyanas.

Abstract. On the 25th of July 2011, the sad news of the death of one of the most important filmmakers of the 20th Century, the Cypriot Michael Cacoyannis, spread throughout the worldwide media. The following lines are in tribute to him, as one who knew how to revitalize the ancient Greek tragedies leaving us with his immortal cinematographic adaptations.
Keywords.Cinema, Literature, Greek Tragedy, Michael Cacoyannis, Euripides, Electra, Iphigenia, The Trojan Women.

 


Cuando alguien oye el nombre de Cacoyannis, o se sonríe (lo cual indica que nunca había oído hablar de él hasta entonces) o lo asocia inmediatamente al nombre de Zorba. Él comentaba que cuando estaba en pleno rodaje de su famosísima película “Zorba the Greek” (adaptación de la novela Alexis Zorbás de Nikos Kazantzakis), prácticamente ya tenía el éxito asegurado. Lo habían premiado en Cannes dos años antes por su adaptación cinematográfica de la Electra de Eurípides llegando incluso a competir por el Oscar a la mejor película de habla no inglesa. Esto hizo que, cuando su alma gemela –como él solía referirse a ella-, la actriz Irene Papas, le propuso embarcarse en el nuevo proyecto, ya distintas productoras estaban dispuestas a correr con todos los gastos y distribuir el film en el mercado internacional. Y así sucedió: “Zorba el griego” optó al Oscar en siete apartados diferentes (incluidos los relativos a la mejor película, dirección y guión) y se quedó con tres de los considerados como menores (el de la actriz secundaria, Lila Kedrova, y los de vestuario y fotografía en blanco y negro). A partir de ese momento -para bien y para mal-, Anthony Quinn fue ya siempre Zorba, y Cacoyannis su creador. Pero, curiosamente, no es éste el vínculo que ha mantenido atado y hechizado a nuestro director hasta su último aliento. “Zorba el griego” le sirvió para alcanzar más prestigio y para conseguir beneficios económicos, pero su gran proyecto no se vería cumplido hasta 1977.

Mijalis Kakoyiannis (luego Michael Cacoyannis) había nacido el año 1922 en Lemessó (Chipre), donde hoy en día un centro escolar lleva su nombre a mucha honra. Hijo de abogado, no tuvo muchas opciones a la hora de escoger su futuro. Pero la carrera de Derecho no le estimulaba lo más mínimo, a pesar de poder permitirse el lujo de estudiar en Londres. Lo que le gustaba desde pequeño era leer historias que le trasladaban a épocas y lugares diferentes, ver películas al aire libre en el cine de barrio y crear sus propias obras para representarlas ante el primero al que pillase a mano. Por eso no tiene nada de sorprendente que terminase acercándose por los camerinos del ilustre Old Vic y que intentase buscar la mejor forma de canalizar su verdadera vocación a través primero de la interpretación (consiguió incluso el papel protagonista del “Calígula” de Camus) y, finalmente, de la dirección de actores. A su regreso a Grecia, en 1953, fue metiéndose en el mundo del cine y filmó un número considerable de películas de muy alta calidad, contratando como protagonistas a las mejores actrices del momento, ya fuera una estrella ya consagrada del teatro helénico, caso de Elli Lambetti, su protagonista de “La muchacha de negro” (1956), ya se tratase de un rostro nuevo, como ocurrió con Melina Mercuri, a quien dio la oportunidad de debutar en la gran pantalla con la excepcional “Stella” (1955), que causó verdadero furor y llegó al público internacional gracias a su presentación en el Festival de Cannes.

Un buen día llegó a sus manos casualmente la obra de un autor trágico del s. IV a. JC., Eurípides. Éste había llevado al teatro unos textos insultantes, políticamente incorrectos, y muy novedosos, tanto por su técnica dramática y musical, como por el tratamiento de los personajes femeninos, de una profundidad psicológica abrumadora. Basta con leer o ver representada una de estas obras para reconocer que son verdaderos alegatos antibelicistas, y esto a Cacoyannis le entusiasmó. Hasta tal punto se vio reflejado e identificado con el autor antiguo que ya no pudo quitarse de su inquieta y fluctuante mente un ambicioso proyecto: llevar al cine una trilogía basándose en las tragedias Ifigenia en Áulide, Electra y Las troyanas. Y, con el tiempo, no sólo las adaptó creando su guión cinematográfico, sino que se recorrió medio mundo montando sus propias versiones teatrales e incluso colaborando en adaptaciones operísticas. En este apasionante y a veces obsesivo viaje siempre estuvo acompañado por Irene Papas, la actriz que, según él, mejor sabía transmitir lo que Eurípides pretendía denunciar a los atenienses de la Época Clásica. A los dos les unía, además de la nacionalidad (que, para un griego, ya es mucho), la traumatizante experiencia de una segunda guerra mundial y otra guerra civil entre hermanos, y un amor pasional y visceral tanto por el arte, en sus diversas manifestaciones, como por el ser humano. Ambos se declaraban profundamente maniáticos, de carácter inseguro, unas veces volcanes en erupción, llenos de ganas y capacidad de trabajo creativo, y otras veces apagados, poco comunicativos y con ganas de desaparecer del mapa. Cuando se unen sus genialidades el fruto es impresionante. Y para eso nos basta ver “Electra” (1962), que, gracias a todos los dioses del Olimpo, se reeditó en Grecia en 2006.

La trilogía trágica de Cacoyannis asombra por el realismo con el que está concebida y representada la acción dramática. Ése es el verdadero sello del director. En las tres destacan las interpretaciones magníficas de las actrices, las bandas sonoras de Mikis Theodorakis y una austeridad y estilización máxima tanto en vestuario como en decorados, preferentemente exteriores reales. El tema fundamental es la denuncia de la violencia en todos los ámbitos posibles, desde el doméstico o familiar (“Electra” e “Ifigenia”) hasta el público, donde siempre prevalecen los intereses políticos y, sobre todo, comerciales (“Las troyanas” y también “Ifigenia”).


©MGM World Films

La primera adaptación que Cacoyannis pretendió rodar fue la de “Ifigenia”, que, cronológicamente es la primera, ya que narra los preparativos de la expedición militar de los reyes hermanos Agamenón y Menelao contra Troya para recuperar a la pérfida Helena, mujer del segundo, que ha sido supuestamente raptada por Paris. El problema es que la diosa Ártemis se ha enfadado y no va a haber vientos propicios hasta que Agamenón sacrifique a su hija primogénita en la costa de Áulide. Así termina haciéndolo y su mujer, Clitemnestra, promete vengar este homicidio. Luego vendría la acción de “Las troyanas”, en la que, una vez acabada la guerra de Troya, Eurípides se pone del lado de los vencidos, lo cual sonaría en las gradas del teatro de Atenas poco menos que a insulto contra el orgullo nacional. Aquí las protagonistas son claramente las mujeres troyanas. La reina Hécuba tendrá que servir como esclava a partir de ahora al astuto Ulises; a su hija Casandra, sacerdotisa del dios Apolo, se la llevará Agamenón para que se ocupe de las tareas domésticas en su palacio de Micenas, incluido el lecho; por su parte, Andrómaca, viuda del gran Héctor, no sólo será esclava del hijo del asesino de su marido sino que, además, le arrebatan a su propio hijo y lo tiran desde las murallas de la humeante ciudad para que no quede ningún descendiente troyano de sangre real capaz de resucitarla algún día de las cenizas. En tercer y último lugar vendría “Electra”, donde vemos a Clitemnestra esperando ansiosa la llegada de su marido Agamenón para devolverle el favor y cargárselo con ayuda de su amante Egisto. Por su parte, como mala madre, expulsa del palacio a sus hijos, los pequeños Orestes y Electra, los cuales, ya creciditos, se encargarán de vengar la muerte de su padre asesinando primero a Egisto y, a continuación, a su propia madre. Ahí quedaría cerrado el ciclo de odio y venganza que el director quería desarrollar, dándole a su trilogía una unidad temática consistente. Pero, viendo que no era el momento más adecuado de empezar por la comprometida “Ifigenia”, el proyecto se aplazó y Cacoyannis empezó a escribir el guión de “Electra”.

Según algunos de los filólogos clásicos más prestigiosos del momento, el nuevo texto de la película –lógicamente en griego moderno- no tenía nada que envidiar al original de Eurípides y, según los críticos de cine, Cacoyannis había conseguido crear una verdadera obra de arte usando magistralmente todos los mecanismos necesarios para traducir el lenguaje verbal al lenguaje cinematográfico. El resultado fue que los espectadores salían de las salas de proyección impresionados y la película resultó premiada en prácticamente todos los festivales internacionales de cine más importantes aquel año. Hay que tener en cuenta, además, que el público estaba un poco cansado a esas alturas de tanto “peplum”, que lo único que hacía era desfigurar de tal modo los antiguos mitos griegos que cualquier parecido con la realidad era pura coincidencia. En “Electra” el efecto de catarsis del antiguo drama ático permanecía latente. Incluso en el trabajo del equipo de rodaje. En concreto, Irene se implicó no sólo en la interpretación de una Electra completamente creíble, bordando escenas como la del enfrentamiento cara a cara entre madre (Aleka Katseli) e hija, sino que a diario revisaba cada plano que se filmaba y daba a Cacoyannis su propia opinión sobre el montaje definitivo. Esto le costó el que enfermase al finalizar la empresa.

Casi diez años tardó en rodarse la segunda parte de esta trilogía, pero aquí se debía a problemas económicos y políticos muy serios. De hecho, parte del equipo de “Electra” tuvo que abandonar Grecia en 1967 debido a la dictadura de los coroneles. Otros murieron asesinados, como le ocurrió a la actriz Kitty Arseni, que era una de las componentes del coro de mujeres de Micenas en el film. Así que, con este telón de fondo, Cacoyannis se traslada, en su búsqueda de exteriores, hasta llegar a nuestra Sigüenza (Guadalajara) y allí monta sus ruinas troyanas a la española. El papel principal, el de la reina Hécuba, se lo ofrece a su gran amiga Katharine Hepburn, el de Andrómaca a Vanessa Redgrave y el de la demente Casandra a Geneviève Bujold. A Irene le reservó el rol de Helena, a pesar de que en un principio ella contaba con hacer la Andrómaca, mucho más apetecible por su gran carga dramática. Y Cacoyannis no se equivocó tampoco esta vez. Basta con ver qué Helena pretendía mostrar al público: por un lado atractiva y seductora, pero, por otro lado, tremendamente soberbia y desvergonzada, falsa hasta la médula, odiada por todas las troyanas y deseada por todos los griegos. El debate casi judicial entre Helena y Hécuba al final de la película vuelve a funcionar, permitiéndole a la Hepburn y a la Papas demostrar su talento. El cruce de miradas asesinas que se echan la una a la otra es también parte de la interpretación, porque ambas se profesaban una profunda admiración. El resultado de esta nueva incursión en las tragedias de Eurípides fue una película digna, con actuaciones memorables por parte de las cuatro actrices principales, que transmite perfectamente el abatimiento, la angustia, la impotencia y la desolación de todo conflicto armado. No logró el éxito de taquilla de “Electra”, pero tampoco a Eurípides lo aclamaron cuando se atrevió a representarla. Todo lo contrario: el abucheo que le tributaron en Atenas debió ser mayúsculo.

En 1977, de vueltas a suelo griego y finalizado el éxodo forzoso de los intelectuales que resultaban incómodos al régimen dictatorial por sus ideales más o menos comunistas, como era el caso de Mikis Theodorakis, se pudo rodar por fin, con cierto margen de presupuesto, la “Ifigenia”. Cacoyannis volvió a requerir la colaboración de este compositor para crear la banda sonora y Theodorakis lo hizo con sumo gusto. Es más, ha confesado que es el trabajo que más le gusta de todos los que ha realizado para el cine. A Irene le reservó uno de los mejores papeles de su carrera cinematográfica, el de la sufriente y, al final, dolida Clitemnestra. Para encarnar a la inocente Ifigenia buscó una adolescente (Tatiana Papamosju) que no tenía experiencia previa ni en cine ni en teatro y trabajó mucho con ella para lograr conseguir que de ella misma salieran las dos caras tan diferentes del personaje, ingenua y alegre al comienzo de la cinta, valiente y heroica al final, dejando al resto de los personajes a la altura de sus sandalias. Una vez más vemos aquí el sello de Cacoyannis en los enfoques, la cámara al hombro y los movimientos vertiginosos cuando se requieren, los tiempos lentos y los silencios, los planos de tres actores en disposición geométrica, las intervenciones del coro de mujeres, y, como no podía ser de otro modo, su broche final con una interpretación de las dos actrices protagonistas que logra conmover a las piedras. También en esta ocasión se seleccionó la obra de Cacoyannis para que compitiese al Oscar a la mejor película de idioma extranjero y las malas lenguas aseguraron que no ganó a falta de sólo un voto. Sin embargo sí obtuvo premios y distinciones tanto en el Festival de Cine de Tesalónica como en diferentes festivales de cine europeos.


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Cacoyannis confesó estar orgulloso de su trilogía inspirada en Eurípides y bien podía estarlo, porque los que nos dedicamos a estudiar los textos clásicos, así como las versiones fílmicas que tienen alguna utilidad didáctica para acercarnos a éstos, podemos asegurar sin ningún temor a equivocarnos que no hay ejemplos mayores en la historia del cine de cómo la literatura griega puede seguir viva en nuestros días. Esta es la mayor herencia que nos ha podido dejar Michael Cacoyannis. Y, aunque sea en versión original o con subtítulos en inglés (hasta que alguien se dé cuenta de lo rentable que podría resultar su distribución en el mercado español), merece la pena ver estas tres grandes películas y, de paso, releer las tragedias que en su día escribió Eurípides.

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Bibliografía

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ISSN 1988-8848