LA BATALLA MÁS SANGRIENTA DE LA HISTORIA
Y SUS MÚLTIPLES LECTURAS:
Stalingrado (1993) vs. Enemigo a las Puertas (2001)
The bloodiest battle in History and its many readings:
Stalingrad (1993) vs. Enemy at the gates (2001)
Lcdo. Miguel Dávila Vargas-Machuca
Historiador
Jaén
Resumen. La Segunda Guerra Mundial es uno de los momentos históricos más importantes y estudiados de la reciente historia de la Humanidad. El interés que esta contienda suscita y la gran cantidad de información disponible ha generado multitud de obras sobre los hechos acaecidos entre 1939 y 1945 a nivel planetario, ya sea ocupándose de campañas al completo o de batallas puntuales. La invasión de la Unión Soviética por las tropas del Tercer Reich y, concretamente, la Batalla de Stalingrado (considerada como la batalla más sangrienta de la historia) son hechos muy importantes dentro de la guerra, sobre todo teniendo en cuenta la importancia geoestratégica y moral de este concreto episodio bélico, que supuso el punto de inflexión a partir del cual las fuerzas del Eje empezaron a perder terreno frente a los aliados en Europa. En el presente artículo se relacionan dos conocidas y recientes películas sobre esta batalla: una desoladora visión desde la óptica alemana (Stalingrado, 1993) y otra más amable y espectacular centrada en el bando soviético (Enemigo a las Puertas, 2001). Ambas demuestran los múltiples puntos de vista desde los que se puede abordar un mismo hecho histórico y las enormes diferencias que pueden existir entre un cine europeo comprometido histórica, política y moralmente y un cine de Hollywood más pendiente del espectáculo y de la acogida del público.
Palabras clave. cine e historia, cine bélico, Segunda Guerra Mundial, 1942-1943, Batalla de Stalingrado, Unión Soviética, Tercer Reich, Ejército Alemán, Wehrmacht, Ejército Rojo.
Abstract. Second World War is certainly one of the most important fields of research in recent world history. The context and the amount of available information have induced a great number of filmic works concerning the multiple events occurred between 1939 and 1945 on a worldwide scale. Some of those movies deal with complete war campaigns, others with especially important battles. Soviet Union invasion by Third Reich forces and the Battle of Stalingrad in particular (considered as the most bloody battle in history) were two decisive war moments, from the geostrategic and morale point of views. The latest one implied a turning point in which Axis forces began losing the war in Europe. The paper examines two well-known and recently released movies dramatising this battle. Each one of them present a different approach to the same event: a retrospective of devastation from German point of view (Stalingrad, 1993) and a more spectacular point of view focused on the Soviets side (“Enemy at the gates”, 2001). Both films show how it is possible to approach the same historical milestones from different perspectives and the enormous differences often existing between an European cinema compromised historically, politically and morally in contrast with Hollywoodian productions more worried with spectacular visual effects and box-office income.
Keywords. cinema & history, war film, Second World War, 1942-1943, Battle of Stalingrad, Soviet Union, Third Reich, German Army, Wehrmacht, Red Army.
“Antes erais buenos soldados, hasta que intentasteis sobrevivir.”
(Capitán Hermann Musk, en “Stalingrado”)
“En casa, cuando mueres siendo soldado, todos están orgullosos de ti, y eso es importante. Yo no quiero ir a Siberia. Ni hablar. Ya hace bastante frío aquí.”
(Fritz Reiser, en “Stalingrado”)
"Soldados del glorioso Ejército Rojo, de ahora en adelante, es la victoria... ¡O la muerte! Dispararemos a todos los que se batan en retirada, no habrá piedad para los cobardes y los traidores.
(Sargento soviético en “Enemigo a las Puertas”)
"Todas estas personas saben que van a morir, así que cada noche que logran volver, es un regalo. Así que cada taza de té, cada cigarrillo, se convierte en
una celebración porque para muchos de nosotros
puede que sea nuestra última noche.
(Vassili Zaitsev en “Enemigo a las Puertas”)
La Segunda Guerra Mundial ha sido, por su magnitud y consecuencias a nivel planetario, uno de los momentos históricos que el cine ha explotado en mayor medida. Teniendo en cuenta la enorme escala de la contienda, tanto en términos cronológicos como espaciales, y su cercanía en datos por la ingente cantidad de información que de ella se dispone, normalmente las películas se han ocupado de campañas o batallas puntuales. Una de las campañas que más literatura y más filmes ha generado es la invasión de la Unión Soviética por las tropas del Tercer Reich alemán y el posterior contraataque del Ejército Rojo hasta la caída de Berlín y la rendición de la Alemania nazi. Dentro de este contexto sobresale por su importancia geoestratégica, por su simbolismo ideológico y, sobre todo, por su dureza y barbarie la denominada “batalla de Stalingrado”, uno de los episodios más sangrientos y terribles de la historia de la humanidad, con unas cifras realmente catastróficas y unas consecuencias decisivas para los bandos contendientes y para el devenir de la geopolítica mundial desde entonces. En el presente artículo se pretende principalmente establecer una relación entre la batalla de Stalingrado y dos de los filmes más conocidos sobre ella: “Stalingrado” (1993) y “Enemigo a las Puertas” (2001), que demuestran por sí solos cómo es posible que diferentes historiadores (y, por supuesto, cineastas) se acerquen a un mismo hecho histórico desde ópticas completamente diversas.
El contexto histórico
Tras un comienzo de la Segunda Guerra Mundial en el que la Unión Soviética no se había implicado contra el Eje por medio del Pacto Ribbentrop-Molotov (firmado el 23 de agosto de 1939, y que contemplaba la paz entre ambos contendientes y el reparto entre ellos de los territorios de Europa Oriental), la situación se tornaba cada vez más tensa entre las naciones dominadas por Stalin y Hitler. El dirigente alemán, después de asistir al imparable avance de las fuerzas del Reich y su dominación de Europa Occidental, decidió llevar a la práctica su política de expansión hacia el este en busca del Lebensraum (el “espacio vital” para la población alemana) y de los suculentos recursos de la zona, planeando para ello establecer una línea defensiva desde el mar Blanco por el norte hasta el mar Caspio por el sur. De este modo, tras una rápida preparación, sin previo aviso y sin responder a ningún tipo de provocación por parte soviética, el 22 de Junio de 1941 dio comienzo la “Operación Barbarroja”, nombre en clave para la invasión de la Unión Soviética por las fuerzas del Eje, constituyendo la mayor campaña militar terrestre de la historia, con unos 4 millones de soldados atacantes. El factor sorpresa y la táctica alemana de la Blitzkrieg (“guerra relámpago”) desembocaron en poco tiempo en unas pérdidas ingentes en términos cuantitativos para las tropas soviéticas, que comprobaban con asombro el imparable avance enemigo dentro de su territorio. A pesar de los inicios triunfales de la campaña y de múltiples apoyos que recibieron en territorio soviético, las aspiraciones de aniquilar al Ejército Rojo en pocos meses pronto se toparon con una realidad muy diferente y con la constatación de que las tropas soviéticas no eran tan débiles como se había estimado en un principio y que tenían una sorprendente capacidad de resistencia y reorganización. Por ello, se tuvo que adoptar una nueva estrategia, pues las tropas no estaban preparadas para el implacable invierno ruso, ni a nivel general el Eje tenía la capacidad suficiente para sostener una prolongada guerra global en varios frentes simultáneos ni, por supuesto, en un frente tan amplio como el ruso.
El fracaso de la Operación Barbarroja tuvo lugar al no poder conquistar Moscú ni Leningrado, lo cual llevó a replantear el ataque sobre Rusia. Surgió así la “Operación Azul”, con inicio el 28 de junio de 1942, que consistía en el avance del Eje por el sur para controlar los recursos del Cáucaso. Tras unos exitosos avances iniciales, la mitad de las fuerzas alemanas en la zona continuó su camino hacia los campos petrolíferos, mientras que la otra mitad fue destinada a tomar el importante centro industrial y de comunicaciones de Stalingrado (actual Volgogrado), un objetivo muy apetecible para Hitler en términos morales e ideológicos por responder al nombre del líder soviético. El 7 de septiembre de 1942, después de unos concienzudos bombardeos de la aviación alemana en los días previos, las tropas del VI Ejército Alemán, dirigidas por el general Friedrich Paulus, comenzaban el asalto de la ciudad del Volga. A pesar de sufrir unas pérdidas terribles, el ejército alemán consiguió en pocos días dominar gran parte de la ciudad, si bien el estado ruinoso en el que había quedado tras los bombardeos provocó un gran aumento de bajas en las fuerzas invasoras, a la vez que permitió a los soviéticos ejercer una mejor y más dura resistencia. Prueba de ello es que los alemanes llegaron a controlar aproximadamente un 90% de la ciudad, pero nunca fueron capaces de dominar los muelles del Volga, por los que continuamente entraban los refuerzos soviéticos.
En los planes propagandísticos y de exaltación de la gran patria soviética frente al invasor fascista y extranjero no entraba la posibilidad de perder la ciudad de Stalingrado. De hecho, la resistencia a ultranza en la ciudad a la que el líder de la unión había dado nombre se convirtió en una cuestión de estado dirigida por el propio Stalin incluso antes de la llegada de los alemanes al Volga. Así, se impidió a los civiles abandonar la ciudad y se destacó gran cantidad de comisarios y de unidades militares de la NKVD (la policía secreta y/o “asuntos internos” del gobierno soviético) para elevar la moral de las tropas a toda costa y para impedir posibles deserciones aunque fuera con sumarísimas ejecuciones en el propio campo de batalla (hecho inmortalizado por la famosa directiva del propio Stalin denominada “ni un paso atrás”). Por entonces se asiste al apogeo de la que se conoce como Rattenkrieg (“guerra de ratas”), el penoso y duro conflicto cuerpo a cuerpo, casa por casa, ruina por ruina y sótano por sótano, ya fuera de día o de noche, entre las tropas alemanas, que sobre el papel parecían mejor preparadas, y las tropas rusas, que conocían mejor el terreno y se defendían muy bien con tácticas de guerra de guerrillas. De hecho, la ruinosa situación de la ciudad y el caos reinante en ella, con continuos avances y retrocesos, con tropas que luchaban muy cerca unas de otras y con unas artillerías que muchas veces no distinguían dónde estaba el enemigo y dónde las tropas de su propio bando, propiciaron la aparición de numerosos francotiradores en el bando soviético, que diezmaban día a día el cuerpo de oficiales alemán. Esta sangría de la cadena de mandos del VI Ejército consiguió minar la moral de los invasores, a la vez, que servía de ejemplo de heroísmo para las tropas soviéticas, que se encontraban aterrorizadas por la inicial superioridad del Eje y por la brutal disciplina militar e ideológica que Stalin estableció.
Mientras tanto, las tropas del Ejército Rojo estaban preparando la “Operación Urano”, una rápida maniobra envolvente para aislar a las tropas alemanas en la ciudad que finalizó el 23 de noviembre de 1942, atrapando dentro de ella a unos 300000 soldados alemanes, algo que la historiografía militar definió como Der Kessel (“el caldero”). Así, el VI Ejército Alemán de Paulus se encontraba en una verdadera olla a presión que en realidad era culpa de un capricho táctico de Hitler, que menospreció la capacidad soviética de contraataque y que estaba convencido de poder seguir controlando la ciudad a toda costa, unos planteamientos bastante alejados de la realidad que sufrían sus tropas a orillas del Volga. Desde este momento, la supervivencia de los otrora triunfales invasores se convirtió en un ejercicio de extrema dureza no sólo en términos militares, sino también por la crudeza del invierno de aquel año y, sobre todo, por la penosa situación en que quedaba el VI Ejército debido al casi inexistente abastecimiento de material, ropa y víveres, además de la gran cantidad de bajas por inanición, por los disparos soviéticos e incluso por la propagación de enfermedades dentro de la ciudad en ruinas. Menos de dos meses después de que se cerrara el cerco, la que aún es considerada la batalla más sangrienta de la historia de la humanidad, con unas bajas que se estiman cercanas a dos millones de personas (entre ellas, un millón de civiles), finalizaba el 31 de enero de 1943 con la rendición de Paulus y de aproximadamente 90000 soldados alemanes que quedaban en Stalingrado, de los cuales muy pocos tendrían ocasión finalmente de volver a su hogar. Atrás quedaba una ciudad completamente en ruinas, pero que serviría en lo sucesivo como ejemplo de superación y del creciente poderío de la Unión Soviética, una de las dos grandes potencias que surgieron muy reforzadas tras este conflicto global de mediados del siglo XX.
Precisamente la batalla por Stalingrado sirvió para ejemplificar el impresionante aguante y la fanática predisposición de las fuerzas soviéticas frente al enemigo, un hecho sorprendente que conllevaba el desgraciado inconveniente de que esta resistencia a ultranza se llevaba a cabo por medio de una disciplina brutal y sufriendo unas pérdidas vitales casi insostenibles. Como ejemplo de ello, en la historiografía soviética no se habla de la intervención de la URSS en la Segunda Guerra Mundial, sino de una “Gran Guerra Patriótica” iniciada en 1941 para repeler la agresión de las fuerzas fascistas del Eje, apelando con esa denominación a una conciencia de nación soviética frente al invasor occidental heredera del espíritu de 1812, cuando la Rusia zarista tuvo que hacer frente a los ejércitos napoleónicos. Además, esta batalla suponía el punto de inflexión en el frente oriental europeo y, por ende, en todo el conflicto planetario, constituyendo la primera vez en que las tropas de Hitler debían retroceder, un hecho que, salvo en contados contraataques, definiría el devenir de la guerra desde entonces. El propio resurgir de la URSS serviría de estímulo para los Aliados en su ardua tarea de resistir y derrotar a las fuerzas del Eje.
Stalingrado (Stalingrad): ¿Disciplina o Supervivencia?
Stalingrad narra las andanzas de un batallón alemán cuyos ficticios soldados pasan de un placentero permiso en Porto Cervo (Cerdeña) recordando su reciente campaña norteafricana a embarcarse en la imprevisible misión de conquistar la Unión Soviética. En concreto, la acción se centra en los soldados de un batallón comandado por el joven teniente Hans Von Witzland (Thomas Kretschmann), con un mayor peso en la trama de dos soldados veteranos, Fritz Reiser (Dominique Horwitz) y Manfred Rohleder (Jochen Nickel). El batallón es destacado a tomar la ciudad de Stalingrado, una empresa en la que se embarcan de un modo bastante optimista por ver que las tropas del Eje campan victoriosas por Europa hasta ese momento. A través de los ojos de estos soldados visualizamos las vastas estepas rusas que les auguran un futuro esperanzador cuando acabe la guerra, aunque pronto el panorama cambia y se oscurece para ellos, pues llegan por fin a la gigantesca ciudad en ruinas para convertirse en batallón de asalto y constatando que su avance en ella será muy lento y costoso. Allí empezarán a comprobar la brutalidad con la que se trata a los prisioneros y la férrea disciplina militar que ellos mismos sufrirán por cuestión de intentar ser más humanos que soldados. Su destino en un batallón de castigo coincide con la llegada del durísimo invierno y con el cierre del cerco por el Ejército Rojo, lo cual provoca una gran desesperación entre ellos por no disponer de suministros y malvivir, pero también por la incómoda posibilidad de rendición, que ven como una simple pena de muerte por represalia, o un infierno en Siberia como mal menor. Es entonces cuando la disciplina militar empieza a ser menos importante para ellos que la simple supervivencia, pues son conscientes de que Hitler les ha sacrificado en vano y que la ruptura de la brecha es cada vez un poco más imposible. Su infructuoso intento de evacuación del Kessel haciéndose pasar por enfermos derivará en una derrota emocional total del grupo de compañeros supervivientes y de algunos otros, quienes se sienten cadáveres con fecha de caducidad. La ruptura de la disciplina castrense y el asesinato de un oficial despótico les proporcionan una última luz al final del túnel al encontrar un almacén de provisiones que el desalmado oficial ocultaba. El grupo restante de soldados experimenta un irreal y nostálgico respiro en su ya perdida causa, durante el cual la sombra de la ya inútil disciplina militar les vuelve a asaltar en la persona del moribundo capitán Hermann Musk (Karen Hermánek), quien censura la pérdida de esa disciplina a favor de la supervivencia, si bien comprende que no puede obligar a nadie a que le siga en una vuelta al deber carente de sentido. En el almacén encuentran a Irina (Dana Vávrová), una colaboracionista rusa que les da esperanzas de poder huir a pie, pero que muere en el intento, dejando al teniente Von Witzland y a Fritz solos en medio de la inmensidad blanca de enero de 1943 en la estepa cercana al Volga. Finalmente no serán las balas las que acaben con los dos últimos del batallón, sino los elementos, componiendo una desgarradora imagen final del film en la que sus cuerpos son literalmente engullidos por una ventisca de nieve mientras intentan recordar algo que ya les queda muy lejano en la memoria, el abrasador desierto africano.
Esta superproducción europea de 1993 fue la de mayor presupuesto del cine alemán hasta el momento de su estreno, algo que sin duda se traduce en la cuidada ambientación que presenta. Se trata de la tercera cinta que firmaba el por entonces casi novel realizador alemán Joseph Vilsmaier, que se había iniciado en el mundo del cine como cámara, algo que más tarde le serviría para dirigir la fotografía en la mayoría de sus filmes y que también tendría su plasmación en un esmerado objetivo, sobre todo en exteriores. El muniqués trataba de nuevo un tema relacionado con el nazismo y la Segunda Guerra Mundial, tras sus anteriores “Leche de Otoño” (Herbstmilch, 1989) y Rama Dama (1991), una temática que tocaría de pasada en alguna otra ocasión a lo largo de su carrera, destacando en 2006 con “El Último Tren a Auschwitz” (Der Letzte Zug), su particular, realista y desgarrador acercamiento al holocausto judío. Para Stalingrad el director alemán contó, por ejemplo, con el entonces desconocido Thomas Kretschmann, quien después de este film fue labrándose una exitosa carrera mundial a base de múltiples papeles secundarios en grandes producciones por todo el mundo. Junto a él se encuentra en el reparto un grupo de actores centroeuropeos poco conocidos hasta entonces, como Dominique Horwitz, Jochen Níkel o Karen Hermánek, además de Dana Vávrová, la esposa del director, recientemente fallecida (5 de febrero de 2009), que le acompañaría en muchas de sus producciones. La dirección artística nos ofrece unas actuaciones muy naturales y creíbles, sin ningún riesgo de caer en sobreactuaciones, aunque algunos de los personajes mostrados pueden parecer simples líneas de diálogo que apuntalan el argumento. En cuanto a los efectos especiales, partiendo de que no estamos frente a una película “de acción”, dejan bastante que desear en algunos momentos, si bien tampoco se hacen imprescindibles ni necesarios para el verdadero cometido de la película: la dramatización de los hechos vividos por los personajes.
La fotografía, partiendo de la experiencia del propio Vilsmaier, tiene una calidad excelente, sobre todo en los grandes y sobrecogedores espacios abiertos (destacan las escenas de invierno rodadas en Finlandia), acentuando así las particularidades de los diversos escenarios en que se desenvuelve la trama y su correlación con la moral y el estado de ánimo de los personajes y con el devenir del argumento. De este modo, las cámaras nos presentan en la costa italiana las risas y las bromas coincidiendo con imágenes amables, sólo flanqueadas por otras más serias típicamente castrenses. El viaje en tren hacia Stalingrado se presenta con expectación entre los personajes, por ejemplo en el caso de Rohleder, que piensa en el Lebensraum prometido por Hitler al decir que cuando acabe la guerra podrían tener las tierras que quisieran en la estepa rusa. El inicio de la ofensiva en la ciudad en ruinas hace que la cámara muestre escenas más oscuras, y los combates empiezan a inundar de crudeza y realismo los ojos del espectador por medio de imágenes muy duras. No estamos frente a una película bélica al uso, con mucha acción, sino que las escenas de operaciones militares son las que inciden en los posteriores estados de ánimo del batallón y las que de algún modo apoyan las interioridades de las conversaciones de los personajes. La evolución final de la fotografía es hacia lo macabro, hacia la desolación, las columnas de refugiados, los incendios, los improvisados cuarteles que más parecen fosas comunes... Por último, la desolación de los paisajes helados coincide con el abatimiento total de la moral de los protagonistas que aún continúan deambulando sin rumbo a miles de kilómetros de sus anhelados hogares.
La película en su conjunto nos ofrece una visión muy realista e intimista de las vicisitudes del ficticio y prototípico batallón de soldados. A ello ayuda también el hecho de que no hay protagonistas que destaquen en demasía sobre el resto, sino simplemente un pequeño grupo alrededor del cual gira la trama. Aquí no hay héroes ni villanos, sino seres humanos que llegan a su límite y que finalmente sucumben a la tragedia de la guerra combinada con una naturaleza extrema. Los personajes en todo momento muestran sus intimidades, sus sentimientos, sus anhelos que después se convierten en desesperanza no sólo en su empresa, sino en los desalmados oficiales a los que tienen que obedecer. Asistimos a su compañerismo, a la comprensión hacia el amigo en quien hay que apoyarse en unas circunstancias tan extremas y a un cumplimiento del deber que muchas veces escapa a su lógica, pero esta supuesta humanidad no les servirá en ningún momento para escapar del infierno físico y psicológico en el que se hallan. . Su condición de soldados se va diluyendo conforme avanza la cinta y se va complicando cada vez más la situación en Stalingrado, convirtiéndose finalmente en un grupo de seres humanos que trata de sobrevivir a toda costa en un entorno hostil. Finalmente, y como terrible constatación del fracaso de su misión, el grupo humano protagonista cae en una profunda desesperación por no poder huir del infierno blanco y se convierten en simples cadáveres andantes que sólo quieren morir tranquilos o, en última instancia, agarrarse a la única esperanza que se les ocurre, por muy descabellada que sea.
Entroncando con producciones alemanas sobre la Segunda Guerra Mundial, como “El Submarino” (Das Boot, 1981), Vilsmaier trata de humanizar a unos soldados alemanes que simplemente están cumpliendo con su cometido, sin enfatizar en cuestiones de adhesión a la ideología nazi de forma profunda, aunque en ningún momento niega la mayor, como demuestran los textos sobreimpresionados a lo largo de la cinta dando datos pormenorizados de fechas y cifras de soldados y bajas. Incluso las iniciales arengas sobre la heroicidad del ejército alemán o el sermón castrense apelando a los valores occidentales, humanistas y cristianos, frente al enemigo bolchevique quedan en un mero simbolismo efímero. A lo largo de la película la obediencia y el cumplimiento del deber como soldados del grupo de protagonistas se irá transformando en rencor contra unas órdenes de sus superiores que ni entienden ni comparten, pero que saben perfectamente que les conducirán de manera inexorable hacia su paulatina destrucción. Sometidos desde un primer momento a una presión continua y claustrofóbica por parte del enemigo, los primeramente valientes y animados soldados alemanes acabarán sucumbiendo ante la terrible realidad que les rodea, convirtiéndose en despojos humanos desesperanzados, entendiendo de repente que su más que probable muerte tendrá poco que ver con el honor militar y que sus denodados esfuerzos por cumplir su cometido no servirán para nada, toda vez que la segura victoria que Hitler auguraba se desmorona delante de sus propios ojos.
De este modo, la disciplina militar nazi no se toma como disculpa ante las atrocidades del ejército alemán, sino que llega un momento en que es presentada como absurda, habida cuenta de que la humanidad y el instinto de supervivencia son mucho más útiles dentro del Kessel que el cumplimiento de las órdenes para recibir una vacía e inservible condecoración. Este rechazo a la disciplina será el desencadenante de que los protagonistas del film pasen de ser soldados de asalto a ser castigados y tratados como escoria en un batallón de castigo, lo cual conlleva desde trabajos forzados a desesperados ataques con pocas probabilidades de supervivencia. De este modo, Vilsmaier no trata de pasar por alto la culpabilidad por las atrocidades del ejército nazi, sino que incide en que la supervivencia de los humanos, ya sean civiles o militares, alemanes o rusos, siempre debería de estar por encima de los deberes y las ideologías. Así lo atestiguan en la película diversos “contactos” entre ambos bandos contendientes o de los soldados alemanes con los civiles rusos, momentos en los que una simple tregua para recoger a los heridos o un pedazo de pan a cambio de información sirven más que un fusil, sobre todo cuando las circunstancias sobrepasan a los humanos por la hambruna, las enfermedades o el implacable invierno estepario. La imagen final del film es, sin duda, un excelente colofón y un improvisado resumen de las intenciones de Vilsmaier, presentando la tragedia de la rendición no sólo en términos militares, sino también vitales. No hay escapatoria posible, ni frente al enemigo, ni frente al inhóspito invierno.
Enemigo a las puertas (Enemy at the gates): Romanticismo e idealización
Enemy at the Gates se centra en la historia del personaje real de Vassili Zaitsev (Jude Law) y su actividad sobre todo como francotirador durante la batalla de Stalingrado, sirviéndose de algunos personajes secundarios para intentar pormenorizar en sus actuaciones y en su propia psicología. La película trata al principio de presentar un fugaz flashback para justificar la maestría de Zaitsev con el fusil, para mostrarlo seguidamente como soldado que ha acudido a la llamada de la madre patria en el tren que le lleva hacia el frente. Allí cruzará miradas cómplices con la soldado Tania Chernova (Rachel Weisz), personaje ficticio que protagonizará una historia de amor con el protagonista a lo largo de la cinta. El film pronto muestra el brutal bautismo de fuego del recién llegado y aterrorizado pastor de los Urales, desde que cruza en barcaza el Volga hasta que llega a los muelles que aún resisten en manos soviéticas y, por último, se ve inmerso en un ataque suicida fallido y tiene que esconderse entre los cadáveres. Allí mismo contactará con el comisario político Danilov (Joseph Fiennes), otro personaje ficticio que en este caso sirve de conexión con el aparato militar soviético y con personajes históricos como Nikita Kruschov (Bob Hoskins). Danilov, impresionado por la pericia de Zaitsev con el fusil, utiliza sus influencias y la propaganda que distribuye para encumbrarle como el pastor convertido en un héroe ejemplar frente al invasor fascista, dando cuenta de la gran cantidad de bajas que consigue causar en la cadena de oficiales alemanes. El mando alemán pronto le considera una clara amenaza y se llama al frente de Stalingrado al mayor König (Ed Harris), otro personaje ficticio que se convierte en el antagonista de Zaitsev, al que intenta dar caza con sus mismas estrategias. Entre tanto, surgirá un triángulo amoroso entre Zaitsev, Tania y Danilov, en el que el comisario político no se ve correspondido con Tania, quien se decanta por una relación con el francotirador. König llegará a poner en serios apuros a Zaitsev, e incluso a matar a algunos de sus compañeros, como Koulikov (Ron Perlman). Entra en juego entonces el joven Sacha (Gabriel Thomson), un niño ruso que ya conocía a Zaitsev y que ejerce de agente doble contactando con König. Como resultado de una ofensiva fallida de los rusos, se llega a dar por muerto a Zaitsev y parece que König ha terminado su trabajo a orillas del Volga, pero el noble militar alemán no cree las noticias y trata de todas formas de tender una trampa al soviético, valiéndose para ello del sacrificio del joven Sacha. En ese momento, el comisario Danilov, que comprende y acepta el rechazo de Tania, lleva a cabo un último sacrificio para ayudar a Zaitsev a acabar con König, cerrando así el círculo que había iniciado encumbrando al joven pastor de los Urales al rango de héroe. De este modo, la película se cierra con Zaitsev y su amada Tania sobreviviendo a una batalla que ya se muestra ganada por los soviéticos al presentar la rendición incondicional de Paulus y su ejército.
Esta ambiciosa producción de 2001, más cercana al espectáculo del cine de Hollywood que a lo cuidadoso del cine europeo, se puede considerar como la producción europea más costosa hasta su momento, ya que es considerada mayormente como británica, aunque en sus títulos de crédito figure la “major” americana Paramount. Cuenta con la dirección de Jean-Jacques Annaud, el reputado director francés que ya había recibido un reconocimiento a nivel mundial con filmes anteriores como “En Busca del Fuego” (La Guerre du Feu,1981), “El Oso” (L'ours, 1988), “El Amante” (L'amant,1992) y, sobre todo, “El Nombre de la Rosa” (Der Name der Rose/Le Nom de la Rose, 1986). Annaud adaptó para este film el libro homónimo de William Craig (Enemy at the gates: the battle for Stalingrad, 1977), que se debate entre la novela y el libro de historia, ya que, junto a hechos y figuras históricas comprobadas (como Zaitsev), trata algunos hechos y personajes difícilmente comprobables y que bien pueden ser ficticios, como el enfrentamiento del francotirador soviético con el oficial alemán. Para la película se sirvió del gancho mediático de actores encumbrados como Jude Law, Ed Harris o Bob Hoskins, además de estrellas en ciernes como Joseph Fiennes o Rachel Weisz, con especial mención a la aparición de un actor “fetiche” de Annaud, Ron Perlman. El personaje de Zaitsev parece bien plasmado, mostrando una humanidad que correspondería a sus orígenes humildes, mientras que el ficticio francotirador alemán es una figura que resulta muy poco creíble, pues se exagera su condición de noble para enfatizar la diferencia de origen social con el pastor soviético e intentar así hacer mención del postulado marxista de la lucha de clases; además, se le dota de una irreal serenidad dentro de un escenario tan peligroso y caótico, e incluso se le asocia una exagerada bondad que luego dará un exagerado vuelco al final de la película. Los personajes soviéticos ficticios parecen dramatizados en exceso, algo excusable si se piensa más en la adaptación de la novela de Craig que de los hechos históricos reales de Zaitsev y en la necesidad de que apuntalen la historia ficticia. De hecho, muchos de los personajes están demasiado estereotipados, como es el caso del comisario político Danilov, que presenta una dualidad entre su entusiasmo a favor de la causa soviética y un fuero interno que piensa en sus allegados. Quizá la actuación más histriónica sea la de Hoskins como Kruschov, al que se presenta como demasiado despótico y campechano, como ejemplo de un oficial soviético inflexible y poco educado; además, hay que tener en cuenta que se exagera la aportación del personaje de Kruschov en la película para presentar al público en general una figura histórica bastante conocida, ya que realmente su actividad en Stalingrado estuvo ligada a la supervisión política más que a la acción militar, un campo en el que habría que hacer mención mucho antes a los generales soviéticos Yeremenko, Chuikov y Zhukov.
Las escenas que aparecen en Enemy At the Gates son en su mayoría urbanas, con una lúgubre iluminación en todo momento que consigue trasladar la sensación de destrucción y oscuridad, haciendo hincapié en muchas escenas con tenue iluminación que tienen lugar en lugares subterráneos. A lo largo de la película algunas escenas épicas de combate coral o de enfrentamiento entre francotiradores están apoyadas por unos excelentes efectos especiales. Buen ejemplo de ello es la escena del asalto inicial de las tropas soviéticas desde la otra orilla del Volga hacia la ciudad en ruinas, en la que se muestran diversas situaciones que inciden en la crudeza de los combates y, sobre todo, en dos hechos muy importantes en el bando soviético. Por una parte, la inexperiencia de las tropas a la que se une una escasez inicial de materiales que obliga a operar “por parejas” (uno lleva el fusil, y cuando cae, su compañero le releva cogiéndolo). Por otra, la brutalidad del Ejército Rojo se muestra con una frialdad terrible, al hacer patente la orden de Stalin de “ni un paso atrás” de una forma cruel y despiadada en el campo de batalla. Por doquier resuenan las proclamas sobre la madre patria y las palabras de las madres rusas que lloran orgullosas la muerte de sus hijos por la causa antifascista, mientras la cámara presenta las calles llenas de cadáveres de jóvenes rusos que han caído bajo las balas alemanas o, por desobedecer a los mandos y retroceder, por las soviéticas. Las escenas de la película, rodada en su totalidad en Alemania, tienen lugar en su mayoría dentro de la ciudad, intentando ser lo más fieles posibles a la realidad histórica, como las de los muelles o el distrito fabril de Stalingrado o el particular caso de la fiel reconstrucción en decorado de la Plaza Roja de la ciudad del Volga.
Los militares de ambos bandos no parecen enfrentarse a una situación desesperada en ningún momento, y ni siquiera los cuarteles subterráneos plagados de soldados del Ejército Rojo parecen sembrados de abatimiento o hastío frente a una durísima realidad, sino que se presenta a un grupo de soldados insuflados con la convicción de vencer al enemigo, mientras algunos diálogos bastante poco realistas hablan de la alegría por seguir vivos un día más. La propaganda de ambos bandos queda bien patente a lo largo de la película, ya sea desde los altavoces alemanes que animan a los rusos a que se unan a su causa o mostrando los panfletos editados por el comisario Danilov sobre la heroicidad de Zaitsev como ejemplo de soldado antifascista. La figura del mayor König resulta especialmente errónea en términos de credibilidad, como lo demuestran los fugaces y poco convincentes encuentros que mantiene con Sacha, el joven agente doble. Además, su libertad de acción tras las líneas soviéticas parece bastante improbable. Precisamente su ya de por sí idealizada figura queda en evidencia al final de la cinta cuando, dándose cuenta de que Zaitsev “le ha cazado”, se siente abatido a modo de redención, algo difícilmente excusable, aunque sea en términos de honor, cuando su actuación anterior había sido matar al niño que ejercía como agente doble. Frente a esta impersonalidad de los pocos alemanes que se ven a lo largo del film, tenemos un exhaustivo estudio psicológico de miembros del Ejército Rojo, pero de una forma demasiado estereotipada, desde el entusiasta comisario político hasta la mujer-soldado que demuestra la igualdad entre sexos que se dio en el bando soviético, pasando por el histrionismo de un oficial como Kruschov y destacando sobre todo la exagerada humildad de Zaitsev y su sentido del deber. Las referencias políticas y de propaganda soviética se hacen patentes en todo momento, al igual que ciertos datos referentes a los colaboracionistas o a supuestos traidores que después eran utilizados como carne de cañón por el Ejército Rojo.
Por otro lado, un hecho tan importante como el sufrimiento de la población civil durante la batalla de Stalingrado se trata de pasada en la también poco probable evacuación por barcaza de la población civil, un hecho que va en contra de las directrices de Stalin sobre la resistencia de la ciudad del Volga. Por último cabe destacar que, de forma acorde con lo ficticio de la trama principal, se presenta al final de la película el idílico sacrificio vital del comisario político para ayudar a Zaitsev a conservar la vida. Así mismo la escena final de reencuentro entre el francotirador y su amada en un hospital finaliza con una referencia escrita hacia Vassili Zaitsev y su rango alcanzado de Héroe de la Unión Soviética. De este modo, a la victoria final sobre los alemanes se le unen unas últimas escenas llenas de dignidad, honor y esperanza por parte del bando soviético, sentimientos que desgraciadamente resultan algo alejados de la realidad en unos momentos tan delicados como los vividos en Stalingrado, haciendo hincapié último en ello la constatación de que, por incidir en la idealización de una trama que ya ha alcanzado su happy ending, el invierno ruso ni siquiera se presenta en toda su crudeza.
Conclusiones
El cine histórico como tal no tiene por qué ser completamente fiel a la realidad, al menos a los datos de que se dispone sobre un determinado hecho histórico. Es más, una fidelidad exagerada llevaría a pensar más en cine documental que en el género histórico o, en el caso que nos ocupa, en el cine bélico. Del mismo modo, una dramatización excesiva de los hechos históricos puede tener un resultado estéticamente muy convincente, defendiendo un cine de espectáculo y un acercamiento al público de masas por encima de una fidelidad histórica que aportaría poco en esa dirección. Precisamente esta dicotomía parece ser la que protagonizan Stalingrad (en la vertiente más fiel y realista) y Enemy at the Gates (más encaminada a la dramatización y al espectáculo), cumpliendo ambas bastante bien con su probable cometido en este sentido, si bien la producción alemana, a pesar de no centrarse en ningún personaje real, parece mucho más realista e históricamente bien documentada.
La diferencia principal que se puede aducir entre las dos es que cada una se centra en uno de los dos bandos, dentro del cual cada una se sumerge, con mayor o menor acierto. Quizá en esta inmersión psicológica es donde Enemy at the Gates adolece en demasía, pues sus personajes se estereotipan de tal manera que el propio enfrentamiento entre francotiradores bien podría exportarse al far west sin perder el sentido. Además, la excesiva dramatización y el excesivo hincapié en la historia de amor con happy ending le hacen un flaco favor en cuanto a la recreación histórica, pues las múltiples referencias a la brutalidad estalinista y al sufrimiento de la población civil quedan diluidas y arrinconadas frente a la trama principal. Por su parte, Stalingrad, aunque puede tacharse de demasiado impersonal, presenta a unos personajes bastante creíbles dentro de un auténtico infierno que les engulle por completo, mientras que a su alrededor la vida se presenta todo lo cruda y difícil que se puede esperar dentro de unas circunstancias tan terribles.
El final de ambas aclara la diferencia de lectura sobre unos hechos históricos tan trágicos, ya que Zaitsev acaba en el film de Annaud como el héroe que recupera a su chica, mientras que el grupo de soldados alemanes que presenta Vilsmaier parecen pagar con su vida los errores de un fanático líder que les ha abandonado a su suerte. Diferentes lecturas sobre la batalla más sangrienta de la historia de la humanidad, diferentes visiones sobre una gran victoria que corresponde a una gran derrota y diferentes formas de plasmar el enorme precio que estos hechos costaron.
BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA
BEEVOR Antony, Stalingrado, Ed. Crítica, Barcelona, 2004.
SÁNCHEZ BARBA Francesc, La Segunda Guerra Mundial y el cine (1979-2004), Ediciones Internacionales Universitarias, Madrid, 2005.
SAND Shlomo, El siglo XX en la pantalla: cien años a través del cine, Ed. Crítica, Barcelona, 2005.
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ISSN 1988-8848 |