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ALATRISTE (A. Díaz Yanes, 2006)

Lcdo. Pablo Puertas Carretero

Escritor
Granada

Resumen. Alatriste se centra en una época en la que el poderío tanto militar como cultural de España era impresionante. Grandes personajes vivieron y murieron en una sociedad en la que el honor era una cualidad imprescindible para sobrevivir en ese mundo de las apariencias. Sin embargo la falta de previsión, la tardanza reformista y la mediocridad de las clases altas provocaron que un país unido sólo en el nombre no fuese capaz de avanzar todo lo que merecía el inconmensurable esfuerzo de los valientes tercios españoles entre los cuales destaca el Capitán Alatriste, quién nos conducirá por la sociedad del momento.
Palabras clave. Alatriste, Yanes, tercios, Olivares, Siglo Oro.

Abstract. Alatriste takes place in a time when Spain was one of the World’s leading military and cultural powers. Remarkable personalities lived and died in a society conditioned by honor, an unavoidable value indipensable to survive in a world of appearences and in a country united only by its name. Neverthless, successive governments without forethought, the resistance against reform and the mediocrity of the upper classes were not worthy of the immense effort of the brave Spanish tercios. Among this regiments is Captain Alatriste guiding us through a troubled society in difficult times.
Keywords. Alatriste, Yanes, tercios, Olivares, Spanish Golden Age.

 

“Tales soldados […] llevaban casi un siglo y medio siéndolo, y lo serían hasta que la palabra reputación se extinguiera de su limitado vocabulario militar”  (Corsarios de Levante)

¡Santiago! ¡Cierra España! Es el grito que retumba en el horizonte. ¡Santiago! ¡Cierra España! Es la voz que resuena en el corazón del enemigo. ¡Santiago! ¡Cierra España! Es la llamada al coraje, a la valentía, al honor y a la honra. ¡Santiago! ¡Cierra España! Son los tercios españoles.
España es temida y admirada por todos, su cultura invade todos los rincones al igual que el azufre del infierno rezuma por los poros de su ejército sembrando el pánico. No obstante, si alguien es temido por encima de todo, son los tercios españoles, viejos ya algunos por haberse visto envueltos en demasiadas batallas, como el capitán Alatriste, y de cuyo valor nadie duda.
Los tercios españoles, pertenecientes al comienzo de la época gloriosa del imperio castellano -porque hablar de español es quizá demasiado- cuando el Gran Capitán sentó las bases para el desarrollo de un ejército que durante dos siglos fue el más poderoso y que consiguió mantener la honra de un pueblo gobernado demasiado tiempo por mediocres.

“El rey es el rey, aunque hay reyes y reyes” (El caballero del jubón amarillo)

Porque en esa España de Alatriste si algo sobra es la mediocridad. Vivimos en el mundo de las apariencias, en el mundo del honor, en una sociedad en la que lo que importa es lo que piensen los demás a pesar de que mañana no tengamos qué comer, problemas que no por antiguos y sabidos dejan de estar a la orden del día. Lázaro, el eterno principiante de pícaro, tuvo que justificarse por lo contrario, por estar por encima de esa dudosa honra que nos da el qué dirán y preferir un plato caliente –será un cornudo, pero de los que comen todos los días-. Luego vendrán guzmanes, lozanas y demás, y las calles se poblarán de personajes que buscan el engaño, que tratan de vivir de la mentira sobre todo en un Madrid que está repleto de parásitos, bien en la Corte, bien en la calle.
Madrid, capital del reino, es un imán para los aristócratas y nobles que buscan sanear sus economías gracias al favor del rey, favor que se ha concedido anteriormente en demasía con la venta de privilegios para llenar el tesoro para las guerras y que ha convertido a la clase trabajadora en una especie en peligro de extinción.
Quevedo nos habla en El Sueño del Infierno que la primera de las cosas que hacen al hombre ridículo es la nobleza porque ésta, lejos de ese virtuosismo que se le supone, se ha convertido en algo más cercano a lo patético. El mismísimo Conde de Olivares se quejará de que en esta España faltan cabezas pensantes, de que esta España carece de los grandes hombres que en ese pasado tan cercano llevaron tan lejos el orgullo de un pueblo, orgullo que probablemente fue el que acabó con él.
La monarquía tiene un agujero económico enorme. Ni los juegos malabares que hacen respecto al vellón, ni los que realizan con los impuestos, ni la venta indiscriminada de privilegios, ni las solicitudes de ayuda -denegadas en casi todas las ocasiones- a Aragón, Cataluña, Valencia o Portugal pueden sanear los gastos que conlleva tener tantísimos frentes abiertos y haber heredado una situación que, si bien maquillada por el oro y la plata que vienen de América, arrastra importantes deficiencias desde los Reyes Católicos. Cuando Alatriste pregunta a dónde va a ir destinado el oro que pretenden “recupere”, si se va a destinar a las pagas de los soldados que mueren en Flandes, no hace sino reflejar una realidad que no es de cinco meses como nos dice el soldado en Breda, sino que llegó a ser de quince años. Los banqueros ya no se fían después de que no se les haya pagado varias veces y la pérdida de algún cargamento proveniente de América lleva al caos, de una América que ya no necesita tantos productos de la Península y con la cual el comercio va cayendo en picado. Todo unido, junto a las sucesivas bancarrotas que se han sufrido, en una ocasión con seis años de diferencia, hace imprescindible una reforma económica que Olivares no fue capaz de llevar a buen puerto y que en el reinado anterior, con la oportunidad que se tuvo con los años de paz, a pesar de que los arbitristas clamaron por ella, no se hizo.

“Y al fin comprendo por qué todos los héroes que admiré en aquel tiempo eran héroes cansados”(El oro del rey)

Alatriste, como hilo conductor de la película, de esta adaptación simplista y pobre de las novelas sobre su vida, aglutina las virtudes y modera los vicios. Su opuesto podría encontrarse erróneamente en la figura de Malatesta, el cual acude en su ayuda tras la entrevista con el inquisidor Bocanegra dejando al pobre Íñigo jugando a ser mayor con un palo (y no con una pistola salvándole la vida al Capitán, como en la novela). No obstante Malatesta sirve como espejo, no hace nada que no haga Alatriste -excepto en el caso del inglés-; su vida está dirigida por su espada y por los negocios que de ella obtiene. Íñigo nos dice de su mentor que “No era el hombre más honesto ni el más piadoso, pero era un hombre valiente” (El capitán Alatriste), no se puede decir lo contrario de Malatesta. Sólo hay una diferencia entre ambos y es que el italiano huye cuando no puede ganar, tal vez Alatriste hubiese preferido morir. ¿Es esa diferencia crucial? ¿Radica ahí la honra tan deseada?

La importancia del honor la podemos observar en la producción literaria. George Ticknor cuando en 1849 denominó a los siglos XVI y XVII españoles Siglo de Oro no hizo sino reflejar la impresionante producción artística naciente en aquella España y a la que sólo a finales del XIX y principios del XX ha habido una aproximación. Dentro de esa producción destaca el teatro, desde Lope a Calderón a través de Tirso de Molina, y es en su obra donde podemos encontrar hasta qué punto es decisiva la honra, porque el honor es algo más abstracto, la honra sin embargo es posesión de alguien y hay que mantenerla. Si viajamos a través de las numerosísimas “comedias” del momento la encontraremos como tema fundamental con un único camino para solucionar la ofensa y volver a reintegrarse como un miembro de la sociedad: la muerte del ofensor.
Si hablamos de “comedias” no es por su temática sino porque en la época no se distinguía y se englobaba toda la producción teatral bajo esa denominación. En éstas podemos encontrar un hilo conductor muy semejante con unos “protagonistas” esencialmente iguales. Por un lado aparece el malo, un personaje soberbio y tiránico que fundamenta sus actos en su limpieza de sangre, lo que le permite manchar el honor de un padre, un esposo o un hermano, que son los que tienen que restituirlo, por el hecho de forzar a la “dama”. Puede aparecer la figura del rey con dos posibilidades: instaurando de nuevo el orden con su sapiencia o, en caso de que sea el malo de la historia, arrepintiéndose y volviendo al ideal -el rey es “descendiente” de Dios, por lo tanto su sangre no puede ser derramada.

En esa España sólo hay una cosa tan importante como la tan mentada honra, y es la limpieza de sangre. Los castellanos, que han mantenido y mantienen guerras constantes contra la herejía, no podrán perdonar a nadie no ser cristiano viejo. Los árboles genealógicos llegarán a ramas que ningún ser humano normal podrá alcanzar para demostrar, a cambio de un módico precio, la pureza de su sangre. Esos libros verdes, que contienen la información que puede llevar a algunos a la desgracia, son armas poderosas socialmente. De hecho, no en la película, en la que el desgraciado Íñigo irá a galeras, sino en la novela, será uno de esos libros verdes el que lo salve de la muerte tras caer en manos de la Inquisición, en manos de Bocanegra.

Si bien la Inquisición escapó en gran medida al control monárquico y era una institución temible por todos, su papel ha sido exagerado en demasiadas ocasiones. No, como muchos creen, se pasaban las tardes quemando herejes, los “asesinatos” y las torturas fueron menos habituales de lo que se piensa y más en esta época. Utilizada primero por los Reyes Católicos, será Felipe II el que, lejos de acabar con ella, la dote de más poder en pro de la verdadera religión. En tiempos de Felipe III y Felipe IV, más que ir por las tabernas a por impíos, se dedicaron a controlar la entrada de nuevas ideas consiguiendo en gran medida aislar a España -quizá la Contrarreforma fue uno de los lastres más importantes culturalmente que hay en nuestra historia-.
Pero si hay un personaje llamativo, además de Alatriste, y tan poderoso como la Inquisición es Olivares. Personaje ambicioso y casi todopoderoso, su figura se ha visto envuelta en críticas hasta el siglo XX. Ya en tiempos de Felipe II, rey que se pasaba el tiempo entre papeles, se hizo necesaria la figura de un secretario, más teniendo en cuenta el vasto imperio que regía y las distancias que debían superarse.

“Rey: 

Para aliviar este peso
He menester un privado”
(Cómo ha de ser privado, Francisco de Quevedo)

Uno de los méritos más destacables del reinado de los Habsburgo es precisamente el haber sabido, por lo menos durante bastante tiempo, controlar lo que para otros en esa época no podía más que ser un sueño. Con Felipe III encontraremos ya la figura del valido del rey, favorito cuya labor era la de ayudar al monarca en el gobierno y la de ser el blanco de las iras frente al pueblo protegiendo así al soberano.

Marqués (de Valisero ):

No es otra cosa el privado
Que un sujeto en quien la gente
Culpe cualquier accidente
O suceso no acertado”
(Cómo ha de ser privado, Francisco de Quevedo)

En esta obra citada de don Francisco de Quevedo encontramos las características que debe tener este “funcionario real”:

“Marqués:                             

Virtudes son el cuidado
Y la verdad del prudente;
Pero yo fuera eminente
En ser desinteresado”

Olivares, hombre ambicioso donde los haya, con una capacidad de trabajo impresionante y con una extraña personalidad (lo de bipolar se le quedaría corto) puede situarse a la altura de personajes coetáneos tan ilustres como Richelieu o Buckingham, con los que tuvo más de un problema. Tomando como base la España de Felipe II, al cual se idealizaba, intentó alcanzar “un monarca, un imperio y una espada” (Hernando de Acuña) en torno a Castilla, procuró sanear una economía maltrecha favoreciendo la producción y el comercio aunque se encontró con inconvenientes cuya lógica no era precisamente aplastante (si Dios quisiera que los ríos fueran navegables los habría hecho así). Lo peor fue el enfrentamiento con una aristocracia, preocupada en enriquecerse, que entorpecía cualquier intento de cambio y con un pueblo que ya no podía dar más de sí, agotado por numerosos impuestos, como el de los millones, que siempre corrían de su parte. Tampoco le fue muy bien fuera de Castilla, especialmente en Cataluña y, relativamente, en Portugal. El caso de ésta es diferente porque lo consideraba más problema del monarca, pero con respecto sobre todo a Cataluña, se encontrará con una aristocracia que no estará dispuesta a colaborar en prácticamente nada, al igual que Aragón, y de donde prácticamente no saldrá ni un ducado si se compara con lo que Castilla aporta. La Unión de Armas, uno de los más ambiciosos objetivos de Olivares, se estrellará no sólo en los intereses de los distintos reinos que pueblan esa España unida simplemente en el nombre, sino también en una nobleza en cuyo pensamiento no se encuentra volver a las armas para proteger el renombre de la monarquía de la que es parasitaria.
El error de Olivares no fue otro que el de querer realizar todas aquellas reformas que eran tan necesarias en un periodo demasiado corto y frente a una aristocracia cuyo favor no tenía ya que estaba siendo alejada de los puestos de poder. No obstante esta política ambiciosa y poco factible no es sólo culpa del valido sino también de un rey, Felipe IV, que si bien es representado como un mujeriego, especialmente atraído por las actrices de teatro como la Calderona, y un cazador empedernido -cosa de familia-,  fue un rey culto y refinado que promovió la cultura hasta llevarla a un esplendor que difícilmente pueda repetirse (mérito que comparte con su antecesor).
Ese papel tan protagonista que realizó el Conde-Duque lo perjudicó en demasía y fue duramente criticado, sobre todo por la voraz pluma de don Francisco:

“Marqués

Sí, Señor, porque un privado,
Que es un átomo pequeño
Junto al rey, no ha de ser dueño
De la luz que el sol le ha dado.

Es un ministro de la ley,
Es un brazo, un instrumento
Por donde pasa el aliento
A la voluntad del rey.

[…]

Y así se debe advertir
Que el ministro singular,
Aunque pueda aconsejar,
No le toca decidir.

Felipe IV no era indiferente a las actuaciones de Olivares ni fue un rey débil -o despreocupado del gobierno- como su padre, Felipe III (que con Lerma inicia ese gobierno de favoritos), manejado a antojo, o su hijo, Carlos II, cuyo único momento de dignidad fue justo antes de su muerte, sino que se mantuvo al corriente de todo y, tras la caída de Olivares, aunque siguió contando con otro valido, don Luis de Haro, fue él quien tomó las riendas convirtiéndose en cabeza visible de los aciertos y los errores, que de todo hubo, encontrando únicamente consuelo en sor María de Agreda.

“Sólo los estúpidos, los fanáticos o los canallas viven libres de fantasmas o de remordimientos”(El oro del rey)

Saber de dónde parte el declive del poderío castellano es muy difícil y se han señalado puntos de inflexión pero a veces con razonamientos equivocados. Si bien la derrota de la Armada Invencible se considera el fin del poderío naval militar, en un año no sólo se recuperó lo perdido en la batalla, sino que se salió mucho más poderoso. El problema quizá viene dado por algo que nunca se recuperó, por algo que se hundió en los fríos mares y que no regresó a Castilla jamás: el orgullo y la confianza. A esto hay que sumar los diferentes problemas económicos y sociales y cierto grado de dejadez. Siempre todo se había ido solucionando solo, sin embargo ahora se cree que Dios no quiere que se triunfe.

“Éramos pocos y parió el Tajo” (El oro del rey)

Para más desdicha, en el peor momento posible, estalla la revuelta en Cataluña facilitada en determinada medida por la indecisión. “Hay disparos que son puntos finales y dudas que son puntos suspensivos” -El caballero del jubón amarillo-, y esos puntos suspensivos se transformaron en que Cataluña pasó por un tiempo a ser francesa y que Portugal se levantó para obtener su independencia.
Todo está en contra; demasiados frentes abiertos, demasiadas guerras y rebeliones internas: Francia, Inglaterra, Portugal, Cataluña, Andalucía, Italia, Holanda. Y la derrota de Rocroi llega, la batalla considerada final para la supremacía del ejército español aunque todavía quedasen quince años de luchas. Llega el momento en el que los tercios, con nuestro capitán Alatriste, son derrotados.
Hasta aquí llega la película, desde la gloriosa toma de Breda, justo tras la escaramuza en la que Alatriste salva la vida a Guadalmedina, hasta la derrota en Rocroi. En todo ese tiempo podemos ver una España en la que abundan las traiciones, la corrupción, la avaricia y, como no puede ser de otra manera, la amistad y el honor.

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ISSN 1988-8848