WITTGENSTEIN SEGÚN JARMAN

Wittgenstein according to Jarman

Lcdo. Antonio Aguilera Vita

Escritor
Madrid

Resumen. Se trata en el siguiente artículo de una reflexión sobre el tratamiento que Derek Jarman dio a su película sobre el filósofo austriaco, alejado de los tópicos del biopic. Jarman parece conocer y así aplica en la estructura narrativa de su película la evolución de la filosofía de Wittgenstein, desde la concepción de una relación biunívoca entre lenguaje y mundo, hasta la ruptura de ese lenguaje, y en consecuencia de ese mundo, en los diferentes y concretos juegos de lenguaje en los que nos vemos inmersos en nuestra vida cotidiana.
Palabras clave. Filosofía, Wittgenstein, biopic, Derek Jarman, lenguaje.

Abstract. This article is about how Derek Jarman saw Wittgenstein philosophical legacy. A film about the Austrian philosopher, far from common biopic films. Jarman knows Wittgenstein's particular philosophy and applies it directly in the narrative structure of his film . From the conception of a biunivocal relation between language and the world to the rupture of that language and the destruction of that world. Consequently, words are broken in several concrete language games in which we live our daily lives.
Keywords. Philosophy, Wittgenstein, biopic film, Derek Jarman, language.

 

 

Trataremos sobre un personaje histórico. Por decir algo. Hablaremos sobre cómo trata el cine dicho personaje histórico. Por decir algo. Que el cine hace sus lecturas propias de la historia es algo que ya sabemos, no en vano hemos avanzado tres números en lo que querría ser una revista sobre la siempre problemática relación entre cine e historia. La particularidad de nuestro personaje de hoy es que no es un personaje popular. Ni siquiera es extremadamente conocido. Es un filósofo. Dejo pendientes unas reflexiones para próximos números sobre la relación entre cine y filosofía. Entrecruzamientos, lecturas, interpretaciones. Es evidente que el cine ha evolucionado a lo largo de su relativamente corta historia y ha desarrollado géneros, estilos personales, conceptos de autor, ha adaptado la novela, el teatro, ha jugado con las artes plásticas. Puntos suspensivos. Pero ¿cómo tratar la filosofía? Está claro que el cine es también espectáculo, es, fundamentalmente, imagen. ¿Cómo casar la reflexión filosófica, tradicionalmente vehículo de un logos, pura palabra, hablada, escrita, con un arte que se sustenta en la imagen? Responderíamos, adelantando futuros trabajos, que, precisamente, tomando el cine como lo que trata de ser, arte, el séptimo arte, un arte sintetizador de las otras artes, plásticas, arquitectónicas, literarias, dramáticas. Y preguntamos con Gadamer: “¿No ha de haber pues en el arte conocimiento alguno? ¿No se da en la experiencia del arte una pretensión de verdad diferente de la de la ciencia pero seguramente no subordinada o inferior a ella? ¿Y no estriba la tarea de la estética en ofrecer una fundamentación para el hecho de que la experiencia del arte es una forma especial de conocimiento (...), esto es, mediación de verdad?”(1). No hay duda de que son preguntas retóricas.

Pero centrémonos en nuestro propósito. Si el cine puede ser, y de hecho lo es, una experiencia estética, y como tal, se presta indiscutiblemente a una hermenéutica filosófica, también por otro lado, el cine puede tratar la historia de la filosofía desde la óptica del biopic, género biográfico concreto al que, precisamente dedicamos esta sección. No se ha prodigado mucho nuestro arte en el tratamiento de figuras que han dedicado su vida al pensamiento. Al menos, no como ha dedicado películas a reyes, políticos o héroes fundacionales. No dejan de aparecer filósofos que han acompañado a otros “grandes” personajes. ¿Qué sería una cinta sobre Alejandro Magno si no apareciera Aristóteles? ¿O sobre Enrique VIII sin Tomás Moro, a la sazón político de corte además de filósofo? ¿O una Cristina de Suecia sin el cameo de Descartes? Pero biopics dedicados en exclusiva a los pensadores se cuentan poco más o menos con los dedos de una mano. Y, en general, centrados en aspectos cuando menos curiosos de biografías más o menos excéntricas, como el caso de Nietzsche o Freud, o mártires de la libertad de expresión, como en el caso de Galileo o Giordano Bruno.

Tratar una figura ya de por sí problemática, en cierto modo misteriosa y ajena a una vida pública, como la que nos ocupa, y a la vez estructurarla como una ilustración de la propia evolución de su pensamiento, es una rara avis. Pero, claro, sólo un creador del calibre de Derek Jarman, cineasta británico experimentador de lenguajes cinematográficos, autor de culto, posiblemente discutible, pero con uno de los discursos más personales del último tercio del siglo XX, sólo un creador como él, digo, podía haberse atrevido a releer y recrear a una de las figuras más carismáticas de la filosofía de la primera mitad del mismo siglo, Ludwig Wittgenstein, a quien se debe el llamado giro lingüistico en la filosofía, además, por partida doble. Derek Jarman no es un director de cine al uso. Basta acercarse a su no muy extensa filmografía para comprobar que ni una sola de sus películas es convencional. Por supuesto, tampoco ninguna ha llegado a romper taquilla. Desde aquel Sebastiane (1976), rodada en latín mucho antes de que Gilson perpetrara su Pasión de Cristo, su quehacer cinematográfico no ha salido del camino de la investigación y la experimentación y su discurso se ha centrado en lo que convengo en llamar lo homosexual, alejándose absolutamente de todos los tópicos que sobre el tema gay han inundado las pantallas, especialmente los últimos años. Para Jarman, lo homosexual, lo queer es, no sólo una lucha eternamente inconformista y una continua y consciente provocación, sino también, y sobre todo, una apuesta filosófica y estética. Por otra parte, la otra característica de su cine es una estética refinada, no en vano procede de las artes plásticas, que ha impregnado su cine de propuestas visuales en continua experimentación. Pero remito para completar estos temas en el cine de Jarman al trabajo de Monika Keska en el número 0 de esta misma revista digital (2).

¿Qué es Wittgenstein?

Wittgenstein (1993) es la penúltima película de Derek Jarman. Ese mismo año lanzaría la que habría de ser su testamento cinematográfico en vida, Blue. En 1994 moría de sida. Es más que curiosa la relación entre ambas cintas producidas el mismo año y con bajo presupuesto: el lenguaje. La primera se convierte en una divertida reflexión sobre el lenguaje y su relación con el mundo a través de la figura del filósofo y sus inquietudes vitales, la segunda, sobre una pantalla interminablemente azul, reflejando la ceguera a la que ha llegado por culpa de la enfermedad, el mismo Jarman se transforma en el filósofo, sobre su vida, su cine, sus inquietudes, en una pura banda sonora.

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librosylecturas.blogspot.com

El artista plástico de sus orígenes prescinde absolutamente de la imagen para contar. Si tratáramos sobre este personal cineasta en este artículo, personalmente partiría de aquí, de las dos últimas obras que estrena en vida.

El filósofo.

Pero hemos de tratar sobre el personaje histórico, sobre el retrato que un artista plástico como Jarman realiza sobre el filósofo de las palabras, lo que en sí podría parecer una paradoja. No se puede negar que la vida de Wittgenstein es literaria, una vida que fue discreta y retirada absolutamente de la vida pública, lo que le regaló una aureola de misterio y leyenda en un ambiente de entreguerras que adoraba por igual el arte, el intelectualismo elitista y la frivolidad. Hijo de aristócratas vieneses, ingeniero aeronáutico de vocación recala en la filosofía casi por casualidad, codeándose en Cambridge con pensadores de la talla de Bertrand Russell, quien llegó a ser premio nóbel de literatura, o Maynard Keynes, tan actual por sus estudios sobre la regulación de la economía liberal y sus propuestas para un liberalismo social.

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Ludwig Wittgenstein.faculty.ed.uiuc.edu

Pero su fuerte inquietud existencial le llevará de Cambridge a las trincheras de la primera guerra mundial, donde redactará su primer gran trabajo, el Tractatus logicus-philosophicus, preñado de lógica y misticismo, que habrá de convertirse en obra modular para la filosofía del XX. Luego, a las escuelas rurales austriacas, a viajar por la Rusia revolucionaria en busca de un trabajo manual que lo alejara de la carga del pensamiento, para acabar de nuevo en Cambridge ejerciendo de profesor de filosofía con fama de huraño y solitario, poco sociable y menos inteligible en sus clases, y abandonar por fin la docencia y su cátedra para vivir retirado en Irlanda donde le sorprendería un cáncer que le llevaría a la muerte. Su afán por retirarse del mundo ya le había llevado a Noruega y le había generado una fama de místico excéntrico y reservado, que en el ambiente entre frívolo y artístico del círculo de Bloomsbury en el que se movió daría lugar a su mencionada fama. A todo ello habría que añadir el tema de su homosexualidad, sacada finalmente a la luz pública tras la publicación póstuma de sus Diarios Secretos.

La filosofía.

Muchos son los escritos, apuntes de clase, conferencias, recogidos y publicados por alumnos y amigos de Wittgenstein fundamentalmente tras su muerte. Son ellos los que muestran a posteriori la evolución de su pensamiento. Pero son dos las obras que han marcado profundamente la filosofía del siglo XX, dos obras unitarias y conscientemente acabadas por el autor, aunque la segunda publicada tras su muerte: el Tractatus (3), antes mencionado, y las Investigaciones filosófica (4). Los historiadores de la filosofía acostumbran por ello a hablar de un Primer y un Segundo Wittgenstein, en referencia a la problemática que sobre el lenguaje aportan cada una de ellas. El Tractatus es una cerrada reflexión sobre el lenguaje lógico y su relación con el mundo, no exenta de misticismo, que plantea una relación unívoca entre ambos. El lenguaje lógico como el único y verdadero instrumento para hablar sobre el mundo, libre de las proposiciones huecas de la metafísica, una lógica depurada de referencias y significaciones espúreas, que se articula con el mundo a través de las proposiciones y el pensamiento. Estructurada en siete epígrafes de los que se van desgajando como ramas y frutos aclaraciones en forma aforística, toca la obra tres ramas de la filosofía: una lógica, una teoría del conocimiento y una ética. El último punto, el siete, del que ya no surge ningún aforismo más, dice simplemente: “De lo que no se puede hablar, es mejor callar”, con lo que enlaza con el segundo Wittgenstein, el de las Investigaciones Filosóficas, puesto que será el hilo conductor de toda su obra. Y es que se produce un cambio radical en sus ideas y en su estilo literario que le llevará a su segunda gran obra, que se abre con un fragmento de las Confesiones de Agustín de Hipona en el que narra cómo se produjo en su infancia el aprendizaje de las palabras: su abuela señalaba aquello que nombraba y así, por designación, iba aprendiendo a nombrar los objetos. Significativo pasaje que le vale a Wittgenstein de nuevo a considerar la relación del mundo con el lenguaje y a concluir que, en realidad, nuestra relación con el mundo está basada en puros juegos de lenguaje, juegos que responden a contextos concretos y determinados con el que nombramos, nos referimos, pensamos, nos relacionamos dentro de nuestra cultura, cargada de sus juegos específicos. La confusión de dichos juegos ha llevado a los grandes problemas filosóficos, sobre todo a la metafísica, que más que resolverse puede “disolverse”, si conseguimos desvelar el juego concreto al que pertenecen. En definitiva, si el Tractatus abrió nuevos caminos a la filosofía con su “giro lingüístico”, continuado en la famosa Escuela de Viena, las Investigaciones abren un camino hacia los derroteros de la pragmática lingüística, que generará hasta hoy en día sus propias escuelas, tanto lingüísticas como filosóficas. He aquí la trascendencia de nuestro personaje.

La película.

Y si me he permitido el breve ex curso anterior sobre la filosofía de Wittgenstein, no es sólo por un interés personal en dichas obras, que no niego que lo hay, sino también porque constituyen el hilo conductor del biopic tan poco convencional que nos ocupa. Entramos así en el mundo del Wittgenstein de Jarman. Un niño ataviado de un casco romano, en realidad, disfrazado de romano, escribe sobre una mesa en un cuaderno: “Si la gente no hiciera tonterías de vez en cuando, nunca se haría nada inteligente” y lo repite en voz alta directamente a cámara. Es el arranque brutal, irónico, rítmico y divertido de esta película que nos revela al niño- filósofo Wittgenstein presentando a su particular familia vienesa, refugiada en la música y en su aristocracia, como si de un circo se tratara: su relación con Mahler, el suicidio de sus tres hermanos mayores, su influyente madre.

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El niño se va a convertir en la voz autobiográfica del filósofo, ¿la conciencia? ¿el recuerdo? ¿la inocencia indestructible del Wittgenstein adulto? Tras tan vivaz y larga secuencia, la primera imagen del protagonista adulto es casi ridícula: ataviado de un mecanismo para tratar de volar nos confiesa que sus primeros estudios fueron de ingeniería aeronáutica, pero sus continuos fracasos le llevaron a la filosofía. A partir de aquí, la vida de Wittgenstein se nos presenta en fragmentos, fragmentos realistas, otros fantásticos, fragmentos íntimos, algunos surrealistas. La propia película está construida como un gran juego de lenguaje, en este caso, de lenguaje cinematográfico. Todo es un juego de luces y sombras, prácticamente no existen decorados, los actores se enfrentan a sus personajes de forma descarnada, son como pinceladas.
Pinceladas pictóricas y pinceladas lingüísticas. Y con esos elementos, pocos, imaginativos, sorprendentes, Jarman construye un rompecabezas cuya linealidad es la gestación de la filosofía de Wittgenstein, cuya unidad es su propia filosofía que va surgiendo de sus mismas inquietudes existenciales, de su disgusto por el mundo, de su continua huida de sí mismo que el personaje de Russell le reprocha en cierto momento y a quien  Wittgenstein le reprocha a su vez con evidente disgusto: “¡Has leído a Freud!”. “El mundo es todo lo que es el caso”, es el primer aforismo del Tractatus y aparece escrito en una bandera que pasea el niño-filósofo por entre las trincheras de la primera guerra mundial. Ironía y acierto.
Y si el hilo conductor de la evolución de su pensamiento es los dos momentos más emblemáticos de su filosofía, Mr Green, un marciano enano completamente pintado de verde se encarga de remarcarlo. No hay lenguajes privados. El lenguaje o es comunicativo y, por tanto, público, o no es siquiera lenguaje. El gesto obsceno que le hacen por la calle, muy británico, público para los británicos, no lo puede entender un austriaco. Los fragmentos de la vida de Wittgenstein nos van armando poco a poco su mundo, la imagen de su persona, pero, lo que es más importante, y es más inusual para una película sobre un personaje real, van entrelazándose con los fragmentos en los que se desvelan retazos de su filosofía, a la manera de aforismos de la imagen, secuencias-aforismos que remiten a la forma de escribir y pensar de su autor. Todo es teatral.

Las secuencias aforismos son escenas de un teatro, el teatro del mundo, el mundo-teatro que conocemos a través del lenguaje, del lenguaje-aforismo. Y en ellas está todos los personajes y todos los acontecimientos más importantes de su vida, con los que siempre algo comparte, o absorbe: Russell, con quien comparte la filosofía y ese regusto del intelectualismo elitista, Keynes con quien comparte su homosexualidad y un amante, y en fin, su madre, los personajes más frívolos del círculo de Bloomsbury y entre todos ellos, Mr Green. Quizá con esta película batiera su propio récord de hacer un film de bajo presupuesto (apenas 300.000 libras, invertidas prácticamente sólo en los actores), pero su esteticismo en la composición y en la luz, su gusto por el vestuario sugerente, la fuerza que sus actores imprimen a los personajes, no lo dejan ver en absoluto.

Wittgenstein fue la penúltima película de Jarman. La última al menos rodada con actores. Estaba a un año escaso de su muerte. Hay una cierta melancolía en el personaje de Wittgenstein que puede responder a una melancolía personal. Cuando, tras diagnosticársele el cáncer de próstata, vuelve a Cambridge, hay una metáfora de su propia filosofía, de la propia evolución de su pensamiento, en boca de Mr Green, el marciano verde despojado de sus colores, desnudo en toda su deformidad, que nos cuenta cómo soñó nuestro filósofo que el mundo era como una gran superficie de hielo, lisa, intacta, brillante, perfecta, pero cuyo gran problema era que resbalaba, que era frágil, que se rompía, dejando ver sus imperfecciones, sus grietas, sus rugosidades. Es probable que la frase con la que Quark, el nombre del marciano antes verde, cierra la comunicación con su planeta Quantica, tras la muerte del filósofo, la asumiera Jarman como propia: “Si una pregunta se puede realizar, también se puede contestar. No hay enigmas”. Irónica secuencia, digna de Jarman, para semejante cita de nuestro filósofo vienés.

(1) GADAMER Hans Georg, Verdad y método I, Salamanca, 2007 (12ª), p. 139.

(2) KESKA Monica, “Nueva mirada en la cultura británica: el cine de Derek Jarman”, Metakinema, nº 0, sección Reflexión en torno a...

(3) WITTGENSTEIN Ludwig, Tractatus logicus-philosoficus, Alianza, Madrid, 2002.

(4) WITTGENSTEIN Ludwig, Investigaciones filosóficas, Crítica, Barcelona, 2008.

 

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ISSN 1988-8848