NUNCA EN DOMINGO (J. Dassin, 1960):
O CÓMO JULES DASSIN REINVENTA
LA GRECIA CINEMATOGRÁFICA
Never on Sunday (J. Dassin, 1960):
or how Jules Dassin reinvents Greece on film
Lcdo. Antonio Aguilera Vita
Profesor y Escritor
Madrid
Recibido el 5 de Junio de 2013
Aceptado el 28 de Junio de 2013
Resumen. Jules Dassin es un director americano que a causa de la caza de brujas en el Hollywood de los años 50 recaló en Grecia de la mano de Melina Mercuri. Tras algunas buenas películas de cine negro, realizó con bajo presupuesto y producción propia Nunca en Domingo, película que tras su paso por Cannes se convirtió en uno de los mayores éxitos del cine internacional, lanzando a Melina Mercuri como estrella y revitalizando la industria del cine griego. En este trabajo se analizan las posibles lecturas que se desprenden del film de Dassin, que lejos de su apariencia inocente y divertida, descubren la puesta en cuestión de la imagen de la Grecia Clásica como construcción occidental en busca de los orígenes de su civilización, de espaldas al pueblo griego que hoy habita sus territorios.
Palabras clave. Jules Dassin, Melina Mercuri, Grecia, Atenas, Pireo, Filosofía, Pote tin Kyriaki.
Abstract.During the 1950’s and thanks to the help of Melina Mercouri, American director Jules Dassin ended up in Greece escaping from Hollywwod witch-hunting. With a small budget and after a good number of significant films noir, Dassin directed its own production Never on Sunday. With this film, the Greek actress Melina Mercouri won the award for Best Actress at the 1960 Cannes Film Festival and Never on Sunday was nominated for several Academy awards. The paper discusses different interpretations of Dassins’s work. Far from an innocent and entertaining look, much more serious questions arise from the film. The questioning of the image of classical Greece as an Western construction, the quest for the origins of Greek civilization or the lack of communication with the people that occupies this territory today, are examples of the issues found in a deeper reading of this movie.
Keywords.Jules Dassin, Melina Mercouri, Greece, Athens, Piraeus, Philosophy,Pote tin Kyriaki.
1. Cuando Jules Dassin se ve obligado a exiliarse a Europa, a causa de la acusación de comunista que le fue promulgada durante la caza de brujas del senador McCarthy (1), tenía en su haber un puñado de buenas películas de innovador cine negro. Rodadas con buen pulso y exquisito gusto, destacan dos: The nacked city (La ciudad desnuda, 1948), un curioso docudrama sobre la policía neoyorkina que incluso dio lugar a una serie de televisión, y The Thieves’ Highway (Mercado de ladrones, 1949), la historia de una venganza pacífica, la última que rodó en Hollywood. Expuesto en las listas negras, rueda en Londres una buena fábula sobre la corrupción en el mundo de la lucha libre, Night and the city (Noche en la ciudad, 1951), y en Francia, De rififi chez les hommes (Rififí, 1955), la irónica historia de un robo silencioso, que le valió el premio al mejor director en Cannes en 1955.
Gracias a este último film, conoce a la que sería, a partir de ese momento, su compañera inseparable, Melina Mercuri, con la que compartiría, además de su vida, éxitos internacionales, nuevos exilios y la decisión de afincarse en Grecia hasta su muerte en 2008 (2). Melina estuvo a punto de llevarse el premio a la Mejor Actriz, o al menos eso cuenta en su autobiografía (Mercuri 1995: 167-172), gracias a la interpretación protagonista en Stella de Mijalis Cacoyannis (3), pero a cambio se llevó un director de cine a casa que consiguió para ella tan preciado galardón cinco años después, en 1960 y renombre internacional con una película que, no sólo ha sido un clásico del cine internacional, sino que, en palabras del historiador de cine griego, Vrasidas Karalis (2012: 92):
The film reinvented in a subtle yet subversive manner the way that “Greece” was represented in cinema. Instead of choosing a charismatic individual as its main character, it opted for a common prostitute from the industrial port of Piraeus. The script was a modern retelling of the story of Pygmalion, but was poorly written and utterly silly. Yet Dassin made the most of it and created an eloquent metaphor for the archaeological pretensions of the official historicism of the state, while, at the same time, focusing on the actual life of ordinary people.
Estas acertadas afirmaciones de Karalis, en una de las más recientes y originales historias del cine heleno (4), me servirán de esquema argumental para desarrollar una serie de elementos clave que hacen de esta deliciosa película de Dassin una de las mejores metáforas de la construcción que el Occidente europeo ha hecho de Grecia, para el mundo y para la revisión de su propio pasado como Estado moderno. Nunca en domingo puede considerarse una sátira en general de cómo se construye un otro diferente con los parámetros de nuestra propia manera de ver la vida. Tres son los ejes que esboza Karalis: en primer lugar, esta película ha reinventado de una manera sutil la forma de representar “Grecia” en el cine, más allá incluso de la visión que Cacoyannis difundió en Zorba (5); en segundo lugar, la manera de hacerlo es subversiva por varios motivos, por un lado, por la elección como protagonista no de un personaje trágico a la manera en que Occidente ha revisado la tragedia clásica, ni de una individualidad carismática, un héroe de la independencia o de las múltiples luchas del pueblo griego, sino a través de un personaje a priori tan vulgar como una prostituta, por otro lado, al situarla en El Pireo, el puerto de Atenas, la parte más cosmopolita, pero también de mayor concentración de clase obrera, estibadores, astilleros, pescadores, o del lumpen-proletariado, rebetes, prostitutas, delincuentes, mafias, desde tiempos inmemoriales, por lo que ha focalizado el punto de vista de la ciudad en la vida ordinaria de la gente corriente del momento; y, en tercer lugar, a pesar de un guión no pocas veces forzado y poco creíble en bastantes momentos, al conducirlo a su terreno, auto-parodiándose con elementos tomados de su dominio del cine negro, ha creado poéticamente una metáfora “elocuente” sobre las pretensiones arqueológicas del historicismo oficial del Estado.
Como curiosidad cabe decir que la película supuso la creación de su propia productora, que tuvo un presupuesto de 150.000 dólares y que, para ahorrar costos, el propio Dassin asumió el papel del filósofo americano. El éxito internacional fue tal, que semejante producción estuvo nominada a varios premios Oscar, entre ellos, Mejor Director, Mejor Actriz Protagonista y Mejor Película, así como a no poco premios de cine europeos. Consiguió el Oscar a la Mejor canción original por un tema de Manos Jachidakis que se haría inolvidable, Los niños del Pireo, traducido y cantado en más de veinte idiomas, además de lanzar a Melina Mercuri a la escena internacional, incluyendo un montaje teatral musical en Broadway, recientemente repuesto.
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2. Sin duda, Nunca en domingo, supuso, como afirma Karelis, la “reinvención” de Grecia en el cine, además de un despegue económico del cine nacional como industria internacional que habría de durar toda la década. Mas, siguiendo una línea de estudio abierta hace algún tiempo (6), considero que, además, Dassin, deja al descubierto irónicamente la construcción que el Occidente europeo (y por ende, el anglosajón norteamericano) ha hecho de la Grecia Clásica y, a partir de ahí, de la Grecia Contemporánea como Estado moderno. Por supuesto, entendemos por “construcción”, la visión idealizada de Grecia como Estado que, bajo determinados parámetros, hunde sus raíces en el Romanticismo temprano del siglo XVIII, con los primeros viajeros que, bajo el imperativo de la Ilustración alemana, respondieron al grito de “¡A las fuentes!”, para recuperar los orígenes del clasicismo europeo en la prácticamente enterrada civilización helénica clásica, más allá de la herencia del Imperio Romano. La trama, en este sentido, no puede ser más elocuente. Un filósofo, aficionado (como él mismo se declara), americano (es decir, de los Estados Unidos de América en pleno desarrollo económico e ideológico del optimismo del American way of life de finales de la década de los 50), llega a Grecia a la búsqueda de unos orígenes perdidos, con la intención de encontrar el eslabón perdido que acabó con la gran civilización del pensamiento de aquella ética de la felicidad, que caracterizó al helenismo clásico de siglos de los grandes creadores trágicos, los grandes filósofos, los grandes arquitectos, escultores y artistas. Homer, Homero, que así se llama este filósofo anglosajón de nuevo cuño, cree encontrarlo en una prostituta del Pireo que conserva en su conducta una ética tan propia como extraña para su oficio: tiene como clientes fijos a los elementos más variopintos del barrio (tenderos, pescaderos, camareros, taberneros, obreros del astillero, etc.), a los que no cobra sino que intercambia productos y favores (verduras, pescados, carnes, su ropa, incluso sus muebles), elige a sus clientes entre los marineros que recalan en el gran puerto mediterráneo que en esa época era El Pireo, pero nunca lo hace por dinero sino por gusto; y nunca trabaja en domingo, pues celebra con sus grandes amigos y protectores, ni los días en que hay Festival de tragedias clásicas en Atenas.
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La primera secuencia significativa del film, el primer contacto con la realidad griega puede considerarse un compendio, y a la vez un adelanto, de todos los elementos que Dassin desarrollará más adelante, sutilmente esbozados. Detengámonos en ella. Es la primera noche de la llegada de Homer al Pireo. Entra en una taberna cargada de humo de cigarrillos, atestada de un público mayoritariamente masculino, que bebe una bebida transparente en unos vasitos minúsculos, que se encargan de estrellar contra el suelo cuando apuran el vaso, a la vez que el mesero anota en una ruidosa máquina registradora cada pieza de cristalería rota y un niño barre los cristales del suelo para que el bebedor, sensiblemente embriagado, pueda continuar con su improvisado baile oriental, un zeimbéquico (7), tocado por una pequeña orquesta encima de una tarima a modo de escenario. Homer se manifiesta en ella como un pasmarote, mirando a uno y otro lado, extrañado, bajo el embrujo de la música, y, lejos de su idea preconcebida de la Grecia de los libros, encuentra hombre vulgares, rudos, divirtiéndose. Entre todos aquellos hombres que beben ouzo, Homer pide un café, ante la estupefacción del camarero, quien consiente a condición de que, al menos, sea Greek coffee (8). Homer lo toma como si fuera un expreso y casi lo vomita. Poco después, cuando uno de los clientes termina su baile, solo y ensimismado, Homer, emocionado, le aplaude creyendo que era una actuación. Yorgos, el bailaor improvisado, ofendido, inicia una pelea. Homer, perplejo del todo, no entiende nada. En la taberna, para colmo, nadie habla su idioma.
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En ese momento aparece Ilya, acompañada del capitán, las dos únicas personas que pueden deshacer el malentendido porque son griegos y hablan inglés. En ese momento, también el público comienza a comprender. Ilya, Melina Mercuri, es una versión liberada de su personaje cinematográfico más famoso por aquellos años, Estela. Ilya es la prostituta del Pireo de la que hablábamos. Ella gobierna su propia vida, no está sujeta a meretrices ni chulos, como el resto de compañeras de profesión, que trabajan, a cambio de protección, para Mr. Noface, el personaje siniestro que personifica a toda la mafia, pero también, el sistema despiadado del capitalismo impuesto. El Sinrostro las explota en su trabajo. Ilya está bien protegida por el Pireo mismo. En la taberna, descubrimos desde el inicio su carisma entre los hombres del pueblo. Lo intuimos, pero pronto sabremos que todos ellos, todos, son aquellos mejores clientes de los que hablábamos más arriba. Ella no sólo les ofrece sexo, sino también lo más importante, compañía, alegría, cariño verdadero, compañerismo, comprensión e inteligencia. Son los mismos que veremos más adelante en casa de Ilya cuando celebre su cumpleaños, o los que la siguen en el puerto cuando se desnuda corriendo hasta quedarse en bikini y bañarse ante y con ellos (9).
Esta prostituta, mujer y libre en una sociedad de hombres, entronca con aquellas hetairas de la Atenas Clásica, aquella Aspasia, amante y luego esposa de Pericles. Es culta, sabe idiomas, habla griego, claro, inglés, francés, alemán y un poco de español, idiomas que ha aprendido “en la cama”, como le confiesa a Homer a la mañana siguiente en el tranvía, mientras el americano, absolutamente perplejo, la persigue por el puerto. Además, ama la tragedia antigua. Como dijimos, deja de trabajar los días de verano en los que se celebra en Atenas el Festival de Teatro Clásico. Esas noches, Ilya va a ver a Medea, a Electra, a Antígona, a Yocasta, a las grandes mujeres de la tragedia antigua. Ella, sin embargo, las reinterpreta, las hace suyas, las acerca a su temperamento. ¿No es al fin y al cabo lo que hizo Europa tratando de crear su pasado en aquel esplendor griego? ¿No es lo que hace Homer cuando quiere ver en aquel pensamiento original una ética más cercana a la moral protestante en la que se ha criado que a las éticas eudaimonistas de la Grecia clásica?
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Tras la larga secuencia inicial de la taberna y su encuentro con Ilya, Homer decide que es en ese personaje en el que ha de estar la esencia de lo que Grecia fue un día como civilización y que a lo largo de los siglos se perdió haciendo a la humanidad más infeliz. La ironía está servida.
3. Homer representa la idea del helenismo que el propio Occidente ha tratado de construir a lo largo de los siglos, particularmente a partir de la relectura de la historia que se produce a partir de la Ilustración, pero fundamentalmente cuando los nuevos burgueses románticos, de raíces hegelianas, comienzan a interpretar la historia como un organismo vivo, el desarrollo incesante y la dialéctica del Espíritu humano que ha hecho evolucionar al hombre gracias a los avances de la Razón, hasta la madurez del Espíritu que habría de encarnarse en un primer fin de los tiempos, a modo del Fukuyama de finales del siglo XX, con la era de la ciencia y la tecnología, que demostraba a los ojos del mundo la superioridad de la raza europea occidental, entendiéndose por ésta unas veces la raza aria alemana, otras lo anglosajón protestante como símbolo de progreso, otras lo europeo como lo civilizado en general, incluyéndose entonces la mission civilisatrice francesa que es modelada en su revolución, la Revolución de la Razón, pero sobre todo, a partir del Imperio Napoleónico. No podemos olvidar que estamos en un momento histórico en el que el colonialismo europeo ha tomado forma definitivamente, provocando en las potencias del momento una competencia desmedida por la conquista de las nuevas tierras no exploradas. Tampoco podemos olvidar que se trataba de civilizar un mundo inhóspito a ojos europeos, explorar lo aún desconocido en la faz de la tierra, no sólo con el ansia de conocimiento propio del espíritu positivista, sino también con el fin de hallar las fuentes del maná inagotable de energía que la tierra podría dar, y en su caso, regenerar, para mantener el ritmo de lo que en la economía liberal clásica y neoclásica se llamó desarrollo, producción o crecimiento (10). Toda una pléyade de intelectuales va a redescubrir el mundo clásico que ya el Renacimiento había mirado como un cierto ideal, dando la espalda a la realidad de aquel territorio que en esos momentos seguía habitado por los griegos que un día fueron los orígenes de la civilización que se trataba de construir. En ese contexto de la búsqueda de los orígenes, la Grecia Clásica se convierte en el referente ineludible, pero convenientemente expoliado de todos aquellos elementos que tuvieran un cierto tufo a no europeo, a oriental, en definitiva, que escaparan a los parámetros de una civilización esplendorosa, digna madre de la civilización del progreso que parecía constituir el fin de los tiempos. La Grecia de las grandes obras arquitectónicas y literarias que llevaron a los primeros viajeros a estos territorios helenos, primero bajo el Imperio Otomano, más adelante bajo el incipiente y protegido estado griego moderno, bajo un modelo de monarquía post Viena (11).
Esta es la propuesta subversiva de Dassin: el poner en entredicho la imagen de aquella Grecia atrasada, a la sombra de su propio pasado, apegada a unas tradiciones orientales que parecen estar directamente heredadas de los siglos de dominación otomana, sin tener en cuenta que ese orientalismo forma parte del sustrato del pueblo griego y está por ver qué hay de otomano y qué de un Imperio Bizantino, que durante tantos siglos se consideró, a espaldas de un Occidente desestructurado, que le dio la espalda, valga la redundancia, heredero legítimo del Imperio Romano. Dassin, por el contrario, apuesta por el pueblo griego tal como es. Él mismo asume el papel del filósofo americano y lo ridiculiza sin ambages. No es, eso es evidente, el arquetipo físico de un americano de película, pero sí lo es, y bien auténtico, en cuanto a sus fobias y manías, sus miedos y carácter, el típico americano intelectual medio. En el centro de su pensamiento (aquí de nuevo vemos la crítica más incisiva de Dassin, originario de una familia judía de Connecticut, criado en Harlem) se encuentran el gran problema de la moralidad, la gran hipocresía anglosajona que mantiene el mito del republicanismo liberal, entre otros mitos con los que los Estados Unidos construyeron su pasado. Homer, significativamente, primero, al descubrir el oficio de Ilya, más adelante, al darse cuenta de la manera en que la prostituta reinterpreta la tragedia griega (su propio pasado, podríamos también decir), se escandaliza sinceramente, como lo haría un americano medio por su inmoralidad. La prostitución es sin duda inmoral, a pesar de la particularidad de Ilya, pero su visión de Medea como una heroína apasionada y ejemplar es, para Homer, el colmo de la misma. Ilya convierte las historias de Eurípides en cuentos de hadas. Todos los personajes, de cualquiera de las tragedias griegas que Ilya ve, terminan felizmente en la playa. Homer se hace, así, dos preguntas: ¿cómo una mujer inteligente como ella ha podido caer en un oficio inmoral?, ¿cómo, por otro lado, puede considerar a Medea, una asesina moralmente detestable a sus ojos, como una fiel mujer amante que “engaña” a Jasón sólo por amor, haciéndole creer que ha matado a sus hijos, cuando en realidad no lo ha hecho (pues los vemos salir a saludar al final de la función en el Odeón de Herodes Ático)? Ilya, a ojos de Homer, desvirtúa de esa manera el espíritu de lo griego clásico. En realidad, tergiversa la idea preconcebida que, según Homer, tiene de lo que “debería ser”, no de lo que realmente “es”, Grecia y su pueblo. Esta es una de las grandes propuestas de Dassin: la parodia de la imagen oficial que de la Grecia Clásica ha construido a lo largo de los siglos el mundo occidental. ¿Podría incluso llevarse más allá esa parodia?
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4. Dassin, no lo olvidemos, es un exiliado de su país precisamente por su crítica hacia el status quo que consiguió hacer de los Estados Unidos la gran potencia mundial, con el fin de extender las garras del liberalismo capitalista, frente a un ogro comunista. Como país, difundió el discurso de identificar sus intereses, por lo general económicos, con la defensa de la democracia. Pero el discurso era manifiestamente doble, como la moralidad de Homer. Inmediatamente después de la segunda guerra mundial, la competencia con la Unión Soviética, que entonces representaba para el sistema capitalista su principal competidor ideológico, llevó a los sucesivos gobiernos a cometer las más terribles atrocidades contra la soberanía de países que quedaron dentro de su órbita de influencia o que habrían de pasar a ella por la fuerza. Aún más terrible, en ese juego, se cebó contra aquella parte de su población, particularmente la más ilustrada e intelectual, susceptible de leer más allá del simple discurso ideológico oficial, coreado por los medios de comunicación de masas, que responden sin discusión a los intereses de las grandes corporaciones de la comunicación. La obsesión anticomunista llegó a Hollywood. Dassin fue una de sus víctimas. Cuando recaló en Grecia de la mano de Melina Mercuri, no dudará en tratar en su película libremente los temas que más podían obsesionarle. El abuso de poder lo representa un Sr Sinrostro que mantiene los alquileres de los apartamentos de sus prostitutas a unos precios excesivos, de manera que no permite la emancipación de las chicas. Por eso Ilya se convierte en un gran peligro para sus intereses. Homer acaba encarnando la doble moral americana al aceptar dinero del Sinrostro para poder costear su proyecto de educar a Ilya y retirarla de la prostitución y el desconocimiento. Con este curioso giro en la trama de la película, Homer, moralista empedernido, acepta dinero del mafioso. Con ello se convierte en el ejemplo de “doble moralidad”, tan propia de los sucesivos gobiernos de los Estados Unidos. Inmoralidad para conseguir la moralidad absoluta. ¿No se convierte así mismo en una prostituta aún más inmoral que cualquiera de ellas, como le amonesta Despó, la amiga íntima e instigadora de Ilya para que ayude a las chicas a enfrentarse al Sinrostro? ¿No es un gesto de absoluta prepotencia su actitud al tratar de convertirse en un Pigmalión, para “cambiar” a la meretriz, convertirla a los cánones de su visión de la realidad, como a los de un pensamiento único válido?
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Por otro lado, el toque encantador de “subversión” literal que introduce Dassin en el giro final del film, cuando Ilya, a punto, a su manera, de aceptar el conocimiento como una liberación que la haga digna del amor de Tonio, descubre la intriga de su valedor, es otro de los elementos de liberación, más que para las chicas del Sinrostro, para el propio Dassin, que parece con ello llevar a cabo a través de la ficción cinematográfica lo que para sí hubiera deseado, sin duda, en la realidad de su país: una verdadera revuelta. Ilya, absolutamente desilusionada, pero a la vez liberada de los corsés que la nueva vida le estaba produciendo, estalla en un significativo y literal grito de guerra ante la llegada de una flota entera de marineros, evidentes clientes potenciales, y lleva a las chicas a una huelga de sexo, en la mejor tradición de la Lisístrata, desmontando en las narices de los jóvenes, hambrientos de amor, las casas y las camas del Sinrostro. Desde la cárcel, cuando el abogado del mafioso paga su fianza y pretende que vuelvan al trabajo, ante la particular versión infantil del “No pasarán” (12), se produce una negociación bajo la implacable dirección de Ilya, que consigue la tan anhelada bajada de alquileres, de 180 dracmas a 90, en una de las secuencias más divertidas de la película.
Tras el fracaso de Homer, en una vuelta de tuerca más sobre su visión de la moral, otra vuelta de tuerca que pone de manifiesto las consecuencias nefastas del doble discurso y la doble moral en cualquier situación, una vez normalizado el asunto de las chicas y tras el éxito de la revuelta, Ilya vuelve a la taberna para enterarse de que el músico de la orquesta que toca el buzuki está encerrado en el baño y no quiere volver a tocar. Entonces descubrimos una elipsis en la que Homer ha descubierto que los músicos de la orquesta no saben leer partituras y les ha dicho que, de esa manera, no son verdaderos músicos. Sólo cuando Ilya lo convence de que los pájaros jamás han estudiado música y, sin embargo, no dejan de cantar, entonces Takis, sale del baño y comienza verdaderamente la fiesta final, la gran despedida en la que Homer reconoce, hasta cierto punto, su fracaso. Se une al syrtós-kalamatianós, el otro gran baile tradicional del rebético griego, se une al ouzo y comienza a comprender que esta Grecia es “tan” Grecia como la otra, la que él buscaba, que el tiempo ha pasado para todo un pueblo y que tal vez la felicidad consiste en reconocer a cada quien como realmente es y no como queremos que sea. A pesar de que el final es, en cierto modo, convencional, un happy ending al uso, esa es la gran lección que nos deja. No hay redención posible sin verdadera comprensión. Significativamente, Homer, al despedirse de aquellos entrañables compañeros de viaje en el barco de vuelta a su país, rompe el cuaderno de notas en el que trató de hacer un boceto de estudio de aquella Grecia que quiso encontrar, pero que, en realidad, posiblemente nunca existió.
5. He considerado Nunca en domingo como un clásico del cine. He analizado los elementos por los que me parece que puede considerarse como tal. Hay otros. En principio, el gran éxito que obtuvo en su momento bastaría para considerarla como tal. ¿Las claves de ese éxito? Tal vez la alegría de la vida que derrocha, tal vez la sencillez del planteamiento de su argumento y su trama, tal vez la originalidad y la picardía de sus personajes, tal vez la ironía sutil que la atraviesa en la fuerza de sus imágenes en blanco y negro; pero, sin duda, la inconmensurable personalidad cinematográfica de su protagonista. Cuando ésta representaba en Broadway una versión de la película, Ilya, amor mío, en Grecia el golpe de estado de los coroneles acabó con la joven democracia y obligó a Mercuri y a Dassin a quedarse fuera de su país los años que duró la dictadura, como duros activistas políticos contra la misma. La imagen de Grecia que presentó la película, la que perduró durante años, era idílica, no cabe duda. Se trataba de una fábula, una “elocuente metáfora”, como decíamos. En aquellos duros momentos del exilio, Melina declararía que aborrecía aquella imagen de su pueblo que, ahora, a través del turismo americano influenciado por la misma, estaba manteniendo una dictadura terrible. Tal vez fue un precio que tuvieron que pagar por desembarazarse de la otra imagen impostada, la de la Grecia esplendorosa, pasado glorioso del Occidente. Al cabo de los años, creo que debemos poner las cosas en su sitio y ver esta imagen como la metáfora que fue y que es. Nunca hubo un pueblo griego con esa inocencia de película. Las cosas no son blancas o negras, buenas o malas, como al público le gusta ver en el cine. He querido leer más allá del simplismo que Nunca en domingo nos planteaba.
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Muchos considerarán que no es la obra maestra de Jules Dassin, que tiene altibajos de guión, que peca de infantil, pero lo cierto que casi 50 años después de su realización, Nunca en Domingo, se deja ver con placer, con el placer que produce una obra de arte. Al margen de las lecturas que la película puede provocar y que he tratado de esbozar en este trabajo, lo cierto es que cada revisión de esta película es un soplo de aire fresco y es más, por su personaje protagonista, por el propio planteamiento de su trama, por los personajes que la rodean, es a mi parecer una película que supera a su tiempo, e incluso, me atrevería a decir, es una película que hoy, en este mundo de doble moral y conservadurismo que gana terreno subrepticiamente, podría llegar a ser escandalosa. Permítaseme un dato anecdótico. Todos los cursos proyecto Nunca en Domingo a mis alumnos de Griego. Son chavales de 16 ó 17 años. Llevo haciéndolo los últimos cuatro años. Una vez superada la reticencia inicial de tener que ver una película en blanco y negro y, para colmo, en versión original (griego e inglés) subtitulada, las reacciones han sido sorprendentes: carcajadas, sorpresa, indignación, tristeza e, incluso, algún escándalo por el tipo de mujer liberada que es (especialmente entre algunas chicas que, tras el supuesto gran siglo de liberación de la mujer, ¡no podían entender la actitud de Ilya!), pero en definitiva, chicos y chicas se “metían” sin complejos en la película, viviéndola intensamente, como si de una historia absolutamente moderna se tratara. ¿No es esa la mejor caracterización de un clásico?
Notas
(1) Según siempre pensó, fue uno de los denunciados por el director heleno-americano Elia Kazan, lo que no deja de ser paradójico por terminar él mismo en la patria de origen de Kazan, e incluso, según cuentan, con la pequeña venganza ejercida por su mujer, Melina Mercuri, cuando, siendo ministra de Cultura en 1984, negó los permisos a Kazan para rodar partes Beyond the Aegean, una autobiografía, el que pudo, pero no fue, su último film. En el artículo sobre Jules Dassin en Wakemann (1987), sin embargo, dice que fueron Edward Dmytryk y Frank Tuttle quienes lo delataron como miembro del Partido Comunista. Lo cierto es que perteneció al mismo mientras trabajó en una compañía de judíos socialistas hasta 1939, e incluso viajó a la Unión Soviética.
(2) De hecho, Jules Dassin murió en Atenas bastantes años después de la que fue su mujer, continuando el empeño de la misma por la devolución de los frisos del Partenón.
(3) Ver Aguilera Vita (2007), “Melina mira la Acrópolis”, Metakinema, Revista de cine e historia, número 0, abril.
(4) Una historia del cine que sobrevuela la mera relación catalogal de películas para hacer una breve hermenéutica de cada una de las más significativas, como declara el mismo autor en la introducción (Karalis 2012: X). (5) Me refiero, claro está, a Zorba, el griego (Zorba, the Greek, Mijalis Cacoyannis, 1964) (6) Con artículos publicados en esta misma revista, como el citado en nota 3, o en estudios colectivos como “Atenas, la ciudad condenada: Atenas entre la tragedia y la comedia en el cine griego del cambio de siglo”, en CAMARERO G. (ed.), Ciudades europeas en el cine, Akal, Madrid, 2013, 27-45; o “La presencia fantasma: Atenas en el cine griego”, en SALVADOR VENTURA F. (ed.), Cine y Ciudades, Intramar Ediciones, Santa Cruz de Tenerife, 2011, 83-98. Línea de investigación que inicié con “Slumdog Millionaire, ¿cosmopolitismo o globalización?” en SALVADOR F. (ed.), Cine y cosmopolitismo, Intramar Ediciones, Santa Cruz de Tenerife, 2010, 25-42. (7) Uno de los ritmos del rebético que más adelante popularizara Mikis Theodorakis en aquella mixtificación musical que fue internacionalmente conocida como syrtaki. (8) Es el café tradicional, hervido en un briki, que se sirve con todo su poso y mantiene una larga “ritología” tanto en su consumo, sorbito a sorbito, como en los posos restantes que eran leídos por especialistas en el futuro, los o las kafechú. Como muchos extranjeros, la primera vez que, hasta hace unos años, cuando las máquinas italianas aún no se habían generalizado, pedían un café en Grecia, suponía una sorpresa, no pocas veces desagradable, si se tomaba de un trago. (9) Una de las secuencias más hermosas que denota la alegría sana de la gente común, de la sencillez con la que se vivía en este lugar, retratado de una forma un tanto idílica, quizá con la belleza con la que se revisten los hechos en el recuerdo. Por otro lado, le sirve de contraste a Dassin con la secuencia repetida de Ilya, en pleno proceso de estudio y reconversión moral, bajando a bañarse al puerto, que se encierra en una caseta para quitarse la ropa púdica que viste en ese momento y sale vestida con un bañador tan decente que parece que sigue vestida. Sin duda, la ironía con la que ambas secuencias están tratadas, sobre todo la segunda, dan idea de la denuncia de la moralidad de doble rasero que tanto abominaba Dassin en la sociedad de la que provenía. (10) Son interesantes y esclarecedores los estudios de José Manuel Naredo sobre la institucionalización de la economía como ciencia a lo largo de sus dos siglos aproximados de existencia y su ruptura definitiva con la Naturaleza a partir de la economía neoclásica liberal que ha “resemantizado” términos como desarrollo, producción, acercándolos al contenido único de valor monetario. Ver Naredo J.M., Raíces económicas del deterioro ecológico y social. Más allá de los dogmas, Madrid, Siglo XXI, 2006, en especial, los dos primeros capítulos. (11) Me refiero al Congreso de Viena de 1814-15 y al modelo de Europa que surgió de él tras la derrota de Napoleón. Bajo ese modelo se tratará de crear el Estado Griego en los pocos territorios arrebatados al otomano en 1830 y que tantos problemas acarreará en su desarrollo y en la creación de su identidad como estado. (12) Se trata de la canción “Den pernás Kyra María, den pernás, den pernás”, que cantan las niñas griegas en corro, alrededor de una de ellas, que queda encerrada y cuya misión es su salida del mismo a través de una especie de enfrentamiento dialéctico. La trasposición al contexto de la revuelta de las prostitutas es ejemplar, por cuanto, a pesar de la situación, el hecho de ser una canción infantil, le evitó más problemas con la censura internacional.
Bibliografía
KARALIS V., A history of Greek cinema, Continuum, London-New York, 2012.
MERCURI M., Genméthika Ellenída, Ediciones Zarvanós, Atenas, 1995 (5ªed).
WAKEMAN J., World Film Directors, Vol. I., H.W. Wilson Company, New York, 1987.
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ISSN 1988-8848
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