LOS DIOSES YA NO SE DIVIERTEN:
EL OLIMPO EN TRES DIMENSIONES

The gods are not amusing anymore: Olympus on 3-D

Lcdo. Alejandro Valverde García

Filólogo Clásico
Baeza

Resumen. El cine se ha inspirado desde sus inicios en los antiguos relatos mitológicos grecolatinos. Dioses, héroes y seres fabulosos han llenado desde entonces las pantallas para entretener a un público ávido de fantasía. Pero no siempre las películas han sido igual de respetuosas con el legado clásico, cayendo frecuentemente en la trivialización y la banalización. Empezando por las últimas producciones estrenadas en 2010 (Furia de titanes y Percy Jackson y el ladrón del rayo), el autor presenta diferentes ejemplos en los que claramente se ha desvirtuado la imagen de los dioses olímpicos con el fin de negar cualquier atisbo de trascendencia para el ser humano.
Palabras clave. Mitología clásica, dioses olímpicos, cine, Harryhausen, stop motion, 3D.

Abstract. From its beginnings, Cinema has been inspired by tales of Ancient Greco-Roman mythology. Gods, heroes, and fantastical beings have always filled the screen to entertain a public eager for fantasy. But these films have not always held true to their classic legacy, frequently leaning instead towards triviality and banality. Starting with the latest productions debuting in 2010 (Clash of the Titans and “Percy Jackson & the Olimpians: The Lightning Thief), the author presents different examples in which the images of the Olympian gods have been clearly distorted, so that they can’t have any influence on the humans’ future.
Keywords. Classical mythology, Olympic gods, cinema, Harryhausen, stop motion, 3D.

“Alguien debería decir alguna vez: ¡basta!”… Con estas estúpidas palabras el último Perseo que ha invadido las salas de cine del mundo entero parece querer transmitirnos que todos los males universales proceden de los dioses que habitan el Olimpo, unos seres completamente deprimidos y soberanamente aburridos que dependen para todo del caso que les hagan los pobres mortales. Envidiosos, egocéntricos, adúlteros, caprichosos, actúan como les viene en gana sin tener en cuenta lo más mínimo el sufrimiento que puedan causar con sus designios divinos. Ese es, ni más ni menos, el centro de la trama del remake de “Furia de titanes” filmado por Louis Leterrier y estrenado el mes de abril del año 2010. Dos meses antes curiosamente se había estrenado el film “Percy Jackson y el ladrón del rayo”, la primera entrega de una saga que tiene como protagonista al adolescente Perseus (Percy), que se ha criado como el resto de los mortales sin sospechar que es hijo del mismísimo Poseidón. En esta película de aventuras, creada sobre una novela infantil del profesor de mitología Rick Riordan, nos volvemos a encontrar a Medusa, al furioso Hades y a un Zeus tan despistado que no sabe a dónde ha ido a parar su temible rayo. Presa de la ira, se empecina en organizar una tremenda guerra que llevará al cataclismo al globo terráqueo. Su director, Chris Columbus, famoso por el primer largometraje sobre Harry Potter, nos permite subir en ascensor hasta la planta 600 del Empire State Building donde precisamente se encuentra el sombrío Olimpo de los dioses. Estos seres tan descomunales físicamente resultan ser diminutos de intelecto y carentes de cualquier virtud que uno pudiese desear para sí. Si esta morada fuese un trasunto del cielo y de la vida eterna, sin duda todos los espectadores terminan prefiriendo la animación y el erotismo que se respira en los infiernos.

No creemos que los responsables de estas dos películas estuvieran en contacto permanente a la hora de rodarlas, entre otras razones porque la primera está producida por la Warner Bros y la segunda por la 20th Century Fox, pero lo cierto es que son tantos los paralelismos que, sin pretenderlo, las dos han llegado al mismo punto por diferentes caminos. Y esto ha sido posible por dos motivos. En primer lugar, porque la fuente de inspiración de los guionistas de una y otra no ha sido la mitología griega sino la imagen ridícula que el cine norteamericano ha venido dibujando de ella a través de muchos films anteriores, y, en segundo lugar, porque, de una forma subliminal, ambas quieren demostrar que todo aquello que el hombre no puede palpar es una falacia y un lastre del que se ha de liberar, o, dicho de otro modo, que en pleno siglo XXI no se puede echar la vista al pasado para buscar respuestas a los interrogantes que todavía permanecen sin resolver. En este sentido el viaje mitológico no es más que una entretenida travesía hacia ninguna parte, llena de mentiras y excentricidades que nada tienen que ver con el público actual. La conclusión parece entonces evidente: no hay buenos ni malos. Y si al final resultase que existiese la divinidad y el mundo de ultratumba, tanto lo uno como lo otro es monstruosamente negativo. Baste con recordar a los dos Zeus que se nos presentan. El que interpreta Liam Neeson es un soberano de vestidura intergaláctica y mirada perdida que llega incluso a perseguir a su hijo Perseo (Sam Worthington) suplicándole que no sea tan arisco y que le haga un poco de caso, porque para algo es su padre, aunque lo engendrase engañando a su esposa en un acceso de libidinosa pasión. El de Sean Bean es mucho más indefinido. Prácticamente no tiene más que un par de planos y muy escaso diálogo. Su Zeus, de presencia completamente humana, se limita a mostrar su profundo enfado con dioses y hombres, desconfiando hasta de su propia sombra, y tanto por su lenguaje como por su aspecto se acerca más a un vulgar matón de tres al cuarto.

Estas apreciaciones podrían parecer exageradas pero basta con leer las opiniones de los críticos Hans Yadav, Roderick Heath o James Clayton para comprobar que el rechazo hacia ambas películas fue unánime ya desde su estreno en los Estados Unidos. Sería poco constructivo reproducir en las presentes páginas la cantidad de calificativos despectivos con los que la crítica especializada adorna sus comentarios. Prácticamente sólo se salva el trabajo de los encargados de los efectos visuales logrados gracias a los avances técnicos e informáticos. Y a veces ni siquiera esta labor logra un lucimiento perfecto, como ocurre con “Furia de titanes”, ya que en el proceso de posproducción fue sometida a una urgente transformación en formato 3D para que pudiera competir con las más exitosas producciones que se estrenaban en ese momento utilizando la misma técnica (“Avatar” de James Cameron o “Alicia en el país de las maravillas” de Tim Burton). Por esta razón, los espectadores que acudieron a las salas para ver la nueva versión de las desdichas del joven Perseo en tres dimensiones salieron completamente decepcionados. En nuestra opinión hay, sin embargo, una marcada diferencia entre ambos films y es que “Percy Jackson y el ladrón del rayo” tiene un toque de actualización e ironía que la hace más interesante. Así consideramos que la Uma Thurman que da vida a la terrorífica Medusa, a pesar de servirse del iPod, es mucho más ingeniosa que la muñeca digital de Leterrier, aunque ninguna de las dos logre causar verdadero miedo, como sí conseguía la de la primera versión de “Furia de Titanes” de 1981, obra del gran artista de efectos especiales Ray Harryhausen. Éste, a base de fotografiar miles de planos de sus maquetas a las que iba cambiando de posición con una paciencia infinita (lo que se conocía como técnica del stop motion) ofrecía al espectador la ilusión de que sus criaturas estaban realmente dotadas de vida propia (Solomon 2002: 133).

Indudablemente el corazón de toda obra cinematográfica reside en el guión y si éste es inconsistente difícilmente el resultado final podrá ser bueno. Louis Leterrier, que de niño había leído en Francia muchos mitos, se inspiró desde el principio en la primera versión dirigida por Desmond Davis, por eso decide seguir sus pasos y rodar parte del film en España (concretamente en Lanzarote y Tenerife). También copia el título e intenta seguir el hilo argumental que había creado Beverly Cross. Así se explica que volvamos a ver a un personaje inventado que no procede de ningún mito griego (De Bock 1989: 723), el del cruel y desdichado Calibos, hijo de la diosa Tetis, castigado por Zeus con una metamorfosis monstruosa que hace que su relación con la princesa Andrómeda sea imposible. Incluso vemos en una secuencia a Bubo, el gracioso robot que Atenea había regalado al primer Perseo (Harry Hamlin), un guiño que sin duda Leterrier quiso introducir como un pequeño homenaje a la maestría y genialidad de Harryhausen. Sin embargo los cambios introducidos son muchos y ninguno favorece al conjunto de la composición. Los fallos más llamativos tienen que ver con la intención de los guionistas de centrar la historia en el conflicto interno del semidiós consiguiendo que el nuevo Perseo esté más próximo al Hamlet de Shakespeare que al legendario héroe griego. Tampoco la historia de amor funciona, puesto que se inventan a la ninfa Io, que suplanta a Andrómeda quitándole todo el protagonismo. Si a esto le añadimos la aparición de Prokopion, una especie de profeta apocalíptico capaz de convencer a las masas a base de gritos amenazadores, ya tenemos los ingredientes para un final desnaturalizado en el que la tensión dramática ha desaparecido por completo y lo único que se nos ofrece es la última gran batalla de Perseo contra el titán Kraken, la descomunal bestia digital mandada por los dioses para castigar la soberbia de los mortales que tampoco tiene nada que ver con la mitología clásica (Rose 2001: 306). Precisamente esa tendencia a la exageración de las proporciones de los monstruos, especialmente los cangrejos que se mueven por tierras desérticas a un ritmo vertiginoso con música hard-rock de fondo, más que introducirnos en el relato hace que, por el contrario, nos distanciemos cada vez más, como si lo que apareciese ante nuestros ojos no fuera otra cosa que la demostración de un videojuego. De cualquier forma, el mayor despropósito del guión reside en la inconsistencia del aparato divino que hace ilógica la totalidad de la trama. Así, Zeus pide al resto de los dioses que ayuden a su hijo Perseo para, a fin de cuentas, acabar con ellos mismos, que es el verdadero propósito del héroe desde el comienzo de la película. Lo único que el semidiós pretende es vengarse por la muerte de sus padres adoptivos y así poner freno a las atrocidades de los dioses olímpicos, unos seres caprichosos que disfrutan atemorizando a los habitantes de Argos.

Por su parte, en la primera entrega de la saga Percy Jackson y los dioses Olímpicos los dioses no salen mucho mejor parados ya que resultan ser también los personajes más negativos de la historia. El responsable del guión, Craig Titley, asegura que se inspiró para su redacción en la otra gran obra maestra de Harryhausen “Jasón y los argonautas” (1963) pero a todas luces son mayores los paralelismos con el “Hércules” (1997) de la factoría Disney. La mitología grecolatina se somete aquí a un proceso de modernización añadiendo algunas dosis de humor, de fina ironía y muchas escenas de acción computerizada. El joven sátiro Grover (Brandon T. Jackson), encargado de acompañar y velar por la integridad física del adolescente Percy (Logan Lerman), es el personaje más elaborado y gracioso, y sin lugar a dudas bebe mucho del Fil (Filoctetes) que acompañaba a Hércules en el citado film de animación. Pero también tienen el sello Disney el combate contra la Hidra en el museo y sobre todo Hades (Steve Coogan) y la ambientación del mundo de ultratumba, en el que lo acompaña una sensual Perséfone (Rosario Dawson). De hecho podríamos hablar de un neomitologismo norteamericano que trabaja sobre elementos cinematográficos precedentes sin pretender en ningún momento ser fiel a los textos clásicos originales ni mucho menos plantear un acercamiento riguroso al acervo mitológico (Cano 1999: 145). En este sentido el cine ha ido moldeando una imagen de los dioses olímpicos cargada de tópicos como el de que su forma de hablar debe distinguirlos del resto de los mortales. Por esa razón los actores deben ser preferentemente británicos y han de declamar al estilo del Old Vic londinense. En “Jasón y los argonautas” este hecho no resultó extraño puesto que la propia película era una producción inglesa. Niall McGinnis, el repulsivo Menelao de “Helena de Troya” (1955), da vida a Zeus con esa doble perspectiva de paternidad autoritaria y distante y, por otro lado, de condescendiente complicidad con su esposa Hera (Honor Blackman). Su actuación hace que permanezca precisamente en nuestra retina esa imagen de un dios riguroso y al mismo tiempo bonachón, mientras que su esposa le gana en astucia y es el verdadero motor del aparato divino, auxiliando a Jasón cada vez que éste se ve amenazado por un nuevo peligro. Al resto de los dioses sólo les vemos pasear tranquilamente vestidos de blanco por el nebuloso y fulgurante Olimpo, en animada charla o sonriéndose, que era la idea que los antiguos griegos tenían de los bienaventurados, siempre jóvenes y siempre felices, bebiendo néctar y comiendo ambrosía.

En la primera versión de “Furia de titanes” Desmond Davis repite la elección del plantel británico para su Olimpo de rayos de neón. Zeus no puede ser otro que el gran Laurence Olivier, quien repite los moldes preestablecidos de su personaje: cruel hasta la saciedad con los que se le oponen y tierno con su hijo Perseo. El contrapunto esta vez no lo pone Hera (Claire Bloom) sino Tetis, interpretada vigorosamente por Maggie Smith (De Bock 1989: 723). Esta vez va a ser ella la encargada de conducir la narración a través de sus perversas incursiones en el mundo de los humanos, tratando siempre de favorecer a su hijo Calibos y de perjudicar al hijo de Zeus. Entre los figurantes divinos reconocemos a Poseidón (Jack Gwillim), el brazo derecho de Zeus siempre dispuesto a cumplir sus órdenes, Afrodita (Ursula Andress) y Atenea (Susan Fleetwood), que tienen mucha menos carga dramática. Hay también algo que distingue los dos Olimpos de Harryhausen y es que en éste los dioses parecen estar sometidos a la tiranía de Zeus, hablan a sus espaldas criticando las decisiones que toma y no parecen ser demasiado dichosos. El ambiente es por tanto más serio y trágico, aunque también al final todo se resuelva con un happy end.

Otro tópico recurrente es el de que los dioses guían los destinos de los hombres jugando al ajedrez y moviendo las fichas a su antojo (Lillo 1997: 36). Jasón no es más que una pieza de un gran tablero con el que Zeus se entretiene en sus ratos de aburrimiento. También encontramos la variante de la maqueta del teatro, que sirve a Tetis para vengarse de Perseo. Ambos escenarios, ideados por Harryhausen, reaparecen de forma cómica en el “Hércules” de dibujos animados introduciendo un nuevo elemento: el protagonismo del cruel Hades, ese pobre hermano de Zeus que ha quedado injustamente relegado a las sombras de ultratumba y que no ceja en su empeño por hacerse con el poder absoluto, algo que jamás se había contado en los mitos griegos. A partir de ese momento ya no veremos ninguna película en la que Hades no se ajuste a este perfil, actuando como un ser diabólico en el que se condensan todas las fuerzas del mal. En esta línea dan vida al dios Ralph Fiennes en la última “Furia de titanes” y Steve Coogan en “Percy Jackson y el ladrón del rayo”. Pero el musical de Disney, animado con las pegadizas canciones gospel de las Musas (Cano 1999: 134) y con numerosos detalles de actualización, no hizo sino recoger una antorcha que había quedado encendida en el Hollywood de la posguerra.

Desde el comienzo de la historia del cine ya había interesado el filón mitológico para probar nuevos decorados de cartón piedra y sorprendentes efectos visuales que hoy parecen ridículos. Aquellas viejas leyendas propiciaban las apariciones y desapariciones de los dioses y la recreación de seres fabulosos (Solomon 2002: 117). El tono épico de estas aventuras que giraban en torno a un héroe valeroso encargado de luchar contra criaturas infernales gustaba mucho a los espectadores. Los dioses eran aquí presentados con cierta grandiosidad aunque no era extraño que se deslizaran algunas notas de humor. Más tarde, con la llegada del sonoro, se pone de moda la comedia ligera y el musical. Ahora el Olimpo se transforma en un paraíso idílico en el que los dioses se divierten (De España 2009: 359) y dan rienda suelta a sus instintos más antropomórficos. Estos films de evasión hicieron que la mitología grecolatina fuera perdiendo dignidad y seriedad. Los dioses en el cine se convirtieron a partir de entonces en una especie de caricaturas que reunían todos los defectos de los hombres y por ello provocaban la risa entre el público. Puestos de esta forma, delante de las cámaras eran los propios hombres los que movían los hilos y les hacían representar los papeles más absurdos. De ahí que el cine “kolossal” y el “peplum” de las décadas de los 50 y los 60 rechacen la idea de mostrar abiertamente al Panteón Olímpico (Valverde 2002: 21), recurriendo a manifestaciones más o menos extraordinarias, a las nebulosas de colores de Mario Bava o a voces en off que se oyen repentinamente para poner en aviso al héroe sobre la desgracia que se avecina. Los dioses no reaparecerán hasta que la magia de Harryhausen les devuelva parte de su maltrecho honor.

Comenta Ray que, siendo niño, había visto una reproducción del famoso Coloso de Rodas que le dejó impresionado. De igual forma le apasionaban los mitos clásicos en los que se contaba que los designios humanos eran controlados desde el Olimpo por aquellos dioses inmortales de apariencia humana. Con el paso del tiempo logró ir creando maquetas de todo aquel universo mitológico para que algún día pudieran revivir a través de la magia del cine. Muchos de sus proyectos lamentablemente naufragaron por falta de presupuesto, como la adaptación de la Eneida de Virgilio que encargó a su habitual guionista Beverly Cross, pero a cambio nos dejó las dos mejores películas mitológicas de la historia del cine. En su personal recreación del Olimpo los dioses puede que pecasen de cierta ingenuidad pero al menos todavía sabían sonreír, y, lo que es más importante, nos brindaban un final abierto que abría un nuevo horizonte de esperanza para el ser humano, algo que en los últimos tiempos se nos está negando.

 

 

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ISSN1988-8848