“1969, GRAECIA CAPTA … VICTOREM CEPIT

Lcdo. Alejandro Valverde García

Filólogo

Baeza

 

Resumen. Este artículo presenta un rápido repaso a la imagen de la Antigua Grecia a través de la historia del cine, deteniéndose en tres películas europeas estrenadas en 1969. Orestes de Fotópulos, Medea de Pasolini y La Odisea de Rossi son ejemplos de madurez creativa y de una búsqueda de la verdad y de la belleza ahondando en los textos clásicos de Homero y Eurípides. Gracias a estas producciones se demuestra la riqueza y la actualidad de la Literatura Griega Clásica.
Palabras clave. Grecia, literatura, cine, Homero, Eurípides.

Abstract. This paper discusses promptly the image of Ancient Greece throughout the history of cinema and examines three European films released in 1969 with more detail. Orestes by Photopoulos, Medea by Pasolini and The Odyssey by Rossi are examples of mature creativity. All these films search for truth and beauty in the classic texts by Homer and Euripides. Thanks to these oeuvres, the importance and richness of Classic Greek Literature is tangible today.
Keywords. Greece, Literature, Cinema, Homer, Euripides.

 

Ya lo había dejado bien claro el poeta latino Horacio en una de las sentencias más famosas de la Antigüedad: “Graecia capta ferum victorem cepit et artes intulit agreste Latio” (1) . Y es que aquellos rudos romanos creyeron que sometiendo la Hélade y convirtiéndola en una provincia más de su creciente Imperio demostraban su superioridad en todos los sentidos. La realidad fue muy distinta. Grecia, que ya había vivido su época de esplendor, conoció gracias a los latinos un nuevo período de gloria ya que éstos absorbieron toda su cultura, la asumieron como propia y la difundieron a lo largo y ancho del Mediterráneo. La mitología y la literatura empezaron a entrar en las casas de muchos patricios que se jactaban de poder costearse, para la educación de sus hijos, los mejores maestros de origen griego. Por eso toda la producción artística y literaria de Roma quedó para siempre ligada al “genio helénico”. 
                Transcurridos unos cuantos siglos, a finales del s. XIX, nació el llamado séptimo arte y, con él, la necesidad de encontrar historias que interesasen y fascinasen al público. De este modo aparecieron en las pantallas las primeras fábulas que recrearon el universo mitológico grecolatino. A estos experimentos espectaculares y cargados de buenas dosis de humor -la gran mayoría filmados por G. Méliès- siguieron los melodramas de la escuela francesa y la épica italiana, que se inspiraron en los relatos épicos de Homero y en las más destacadas tragedias griegas, con un marcado gusto neoclasicista y con una finalidad evidentemente didáctica.
                En las siguientes décadas son Alemania y los Estados Unidos los que recogen la antorcha de las fuentes clásicas, pero por motivos completamente diferentes. Así la cultura griega sirve lo mismo para un roto que para un descosido, ya sea apoyando la propaganda nazi o sirviendo de evasión para tiempos de crisis entre las contiendas mundiales. El público norteamericano se divierte especialmente con musicales ridículos e historietas nimias de diosas y musas que bajan a la tierra (2). Y ya a partir de los años 50 se pone de moda un tipo de películas de difícil clasificación que deambulan entre el género de aventuras, el histórico y el mitológico. Para hacer frente al monstruo de la televisión, que empieza a acaparar la atención de las masas, surgen las superproducciones de la MGM que no escatiman en gastos para ofrecer el espectáculo de una Roma esplendorosa, pero muy pagana y, además, corrupta. Los guiones recuperan grandes novelas del siglo precedente y no los textos originales, así que muchas veces cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Lo mismo da que el escenario sea Egipto, que sea Moisés abriendo las aguas del Mar Rojo o un atormentado Alejandro Magno intentando superar sus edípicos complejos. De cualquier forma, alguien decidió un buen día que salía mucho más rentable que los rodajes se hicieran en suelo europeo y así, sin saber muy bien cómo, empezamos a ver a un Ulises muy parecido a Kirk Douglas que, después de una “odisea” muy entretenida, volvía a los brazos de su fiel Penélope, que no era otra que la italiana Silvana Mangano (3). Tan buen resultado dio el experimento que los productores de toda Europa tomaron nota y multiplicaron este tipo de películas, catalogadas posteriormente como “peplum”. Pero sin duda el país que más rendimiento sacó a la gallina fue Italia y Steve Reeves sus huevos de oro. En poco más de cinco años, el “más bello Apolo del cine” encarnó nada menos que a Hércules en dos películas, a Fidípides el corredor de Maratón, a Eneas en otras dos películas, a Rómulo y al mismísimo hijo de Espartaco.

En los años 60 el contorno de la Antigua Grecia estaba tan repintado que difícilmente uno sabía distinguir si las películas que veía en su cine de barrio tenían alguna base real o si eran auténticas tomaduras de pelo. Fernando Lillo describe perfectamente los elementos indispensables que todo “peplum” debía contener (4): el héroe que se enfrenta al villano, la cándida protagonista, la “mujer fatal”, las grandes hazañas contra monstruos o terribles desastres naturales, y siempre, como telón de fondo, la lucha por la libertad y el triunfo final del bien sobre las fuerzas del mal. La calidad de cada film no era la misma. En algunos casos el guión era el fruto de un trabajo colectivo bastante digno, con algunas notas de humor y muy creativos. Pero, desafortunadamente, no era lo habitual. ¿Qué diría Eurípides si le sometiesen al martirio de ver la adaptación de sus Bacantes filmada en 1961 por el prolífico Giorgio Ferroni? ¿Aguantaría la secuencia de las posesas amantes de Baco cantando a coro el “evoé”?

A pesar de este panorama un tanto desolador, surge paralelamente en esta década un movimiento revolucionario, no solo en el terreno político e intelectual sino también cultural y religioso, que viene a cuestionar absolutamente todos los convencionalismos. El ideario “hippy”, la “nouvelle vague”, los nuevos conceptos artísticos “underground”, el Concilio Vaticano II o el movimiento estudiantil internacional van dejando sus huellas en la sociedad europea propiciando distintos experimentos cinematográficos en los que Grecia vuelve a tomarse nuevamente como fuente de inspiración. Entre las mayores joyas de este cine “de autor” encontramos “El desprecio” (1963), una magnífica reflexión sobre la creación artística realizada por el “enfant terrible” Jean-Luc Godard partiendo de la Odisea de Homero. Luchino Visconti, por su parte, hace en “Sandra” (1965) una particular actualización del mito de Electra, y con “Persona” (1966) el sueco Ingmar Bergman profundiza en los oscuros vericuetos de la tragedia de Eurípides Medea. Pier Paolo Pasolini y Philip Saville estrenarán en 1967 sus diferentes interpretaciones del Edipo rey de Sófocles, y Gregory Markopoulos, fiel a la corriente “underground”, beberá de Homero para crear su peculiar panteón olímpico de “The Illiac Passion” (1968), incluido su amigo Andy Warhol, que encarnará al dios Poseidón (5).


Así es como llegamos a 1969, un año en el que también la Antigüedad Grecorromana parece sumarse a las manifestaciones de protesta para reivindicar un tratamiento más serio por parte de los directores de cine. Mientras Melina Mercuri y Jules Dassin salen a las calles de París o Nueva York para alzar la voz contra la dictadura de los coroneles que tiene al país heleno sumido en la represión y la angustia, otras tres actrices griegas van a recuperar para el público de la pequeña y de la gran pantalla los más bellos textos de Homero y Eurípides. Se trata de Irene Papas, Maria Callas y Flery Dadonaki. La primera gozaba ya de un reconocido prestigio por haber representado a las principales heroínas del drama griego antiguo tanto en cine como en los teatros de Grecia, Italia, Francia y Estados Unidos, y, en cuanto a las dos últimas, la gran diva y “la Joan Baez griega”, contaban con una notable carrera musical, cada una dentro de su especialidad, pero era la primera y la última vez que se pondrían delante de las cámaras para rodar un film.

Vasilis Fotópulos, con solo treinta y cinco años, se había convertido en el escenógrafo griego más cotizado en el mercado cinematográfico. Nacido en Kalamata, desde muy niño descubrió su pasión por la pintura y recibió clases de Vangelis Draco. Por falta de dinero se traslada a Atenas y allí le ofrecen sus primeros trabajos pintando los decorados de las principales compañías teatrales nacionales. Su primer encargo para el cine le viene del maestro Elia Kazan. En 1963 Vasilis creará para “América, América” la mayor parte de los sets, que hacen que la película sea galardonada con el Oscar a los mejores decorados en blanco y negro. El problema fue que Kazan consideró oportuno que Vasilis no apareciera en los títulos de crédito, así que el premio se lo llevó Gene Callahan, responsable último de la escenografía. No obstante, al año siguiente volvió a dejar claro que, a pesar de su juventud, era todo un maestro en su oficio. Michael Cacoyannis lo contrata para crear la decoración artística y el vestuario de “Zorba el griego” y esta vez sí que se lleva el Oscar a casa. En Estados Unidos le empiezan a llover las ofertas de trabajo y, mientras tanto, en su país la dictadura militar se hace con el poder, por lo que se traslada a Nueva York y allí, en el off-Broadway coincide con dos jóvenes que hacen sus pinitos en la interpretación, el actor procedente de Georgia Hiram Keller y la cantante Flery Dadonaki, compatriota suya, a la que había apadrinado el compositor de fama internacional Manos Jadsidakis. Cuando remató los decorados que Francis Ford Coppola le había pedido para “You´re a Big Boy Now” se puso manos a la obra y empezó a trabajar en el guión de una película con la que debutaría en la dirección. Su proyecto pretendía continuar el hilo narrativo de la famosa “Electra” filmada en 1962 por su amigo Cacoyannis y así adaptó el Orestes de Eurípides. La banda sonora se la encomendó a Mimis Plessas y el diseño del vestuario y de los decorados a su hermano Dyonisis, también escenógrafo (6). Ambos lograron plasmar con asombroso realismo el ambiente que la obra original requería.


“Orestis” tiene como protagonista a Hiram Keller, un joven actor formado en el Actor Studio y vinculado estrechamente con los máximos representantes del “pop art” y del movimiento “underground”. Su éxito en Broadway con el musical “Hair” hace que en 1968 Franco Zeffirelli se lo presente a Federico Fellini, que se encuentra embarcado en la adaptación de una antigua novela latina de Petronio. En aquel momento busca protagonistas para su “Satyricón” y, cuando ve a Hiram rebosante de belleza y vestido a lo “hippy”, le ofrece sin dudarlo el papel del lascivo y desenfadado Ascilto. Así que el actor tiene que compaginar ambos rodajes cambiando convenientemente de registro para ofrecer dos interpretaciones muy diferentes. En la Roma corrupta, grotesca y onírica de Fellini ha de mostrar su lado más atrevido y provocador, mientras que en los parajes inhóspitos de la Grecia micénica tiene que enfrentarse a unas Erinias que hacen de él un joven triste, introvertido y constantemente atormentado. Las dos películas se estrenaron pero corrieron suertes muy distintas. Mientras que “Fellini Satyricon” se convirtió en un hito dentro de la cinematografía mundial, “Orestis”, por problemas de postproducción y comercialización, no tuvo apenas distribución y quedó olvidada en algún lejano archivo griego, de forma que, hasta la fecha, todavía no ha sido recuperada. Esa es la razón por la que casi nadie ha oído hablar de ella ni tampoco de su director, quien, al igual que Flery (que encarnaba el papel de Electra, la hermana del protagonista), no volverá a rodar en un plató, decepcionado por la experiencia. De cualquier forma, la triste realidad es que la industria cinematográfica griega, después de una época de esplendor que abarca la segunda mitad de los años 50 y la primera de los 60, sólo acarreaba gastos incontables para los directores, lo cual dificultaba cualquier tentativa de hacer buenas películas. En este siglo nuestro de las remasterizaciones digitales, puede que algún día volvamos a encontrarnos con esta “rara” producción. Sólo entonces se podrá valorar en su justa medida el buen trabajo de Vasilis en la adaptación del texto antiguo y en la dirección de los actores.

A partir del mes de junio, el etnólogo, poeta, novelista, ensayista, guionista y director de cine Pier Paolo Pasolini se traslada con su equipo de rodaje a Turquía y Siria en busca de los más variopintos exteriores para su nueva película. Todos los ojos están fijos en la diva Maria Callas que, ya en el otoño de su carrera operística, se ha incorporado al proyecto por mediación del productor Franco Rossellini. Para ella supone todo un reto debutar en el cine con el papel protagonista de “Medea”, a la que había dado vida en tantas ocasiones interpretando la ópera homónima de Luigi Cherubini por los teatros de todo el mundo. Se involucró hasta tal punto en este nuevo trabajo que se convirtió en la sombra del director: no admitía que la sustituyeran en las escenas más arriesgadas (a pesar de una miopía descomunal que estuvo a punto de costarle algún que otro disgusto), repetía con gusto una y mil veces las escenas hasta que Pasolini quedaba conforme, e incluso pretendía ayudar en el montaje final. Cuando, al fin, vio terminado el film en el mes de diciembre quedó desconcertada, y es que el cine “de Pasolini” no es apto para todos los públicos. De hecho la crítica acogió con cierta frialdad este nuevo experimento tanto en su estreno en Argentina como en su presentación oficial en París.

La película de Pasolini se inspira en la Medea de Eurípides pero incorpora una serie de elementos que van conformando su propia obra, fruto de su personal relectura e interpretación del texto. No pretende adaptar la tragedia antigua usando el lenguaje cinematográfico sino que se sirve de ella y del cine para plasmar su propio ideario y un concepto estético peculiar que roza la provocación. Su acercamiento a la literatura griega es por tanto intelectual e interesado, de forma que a veces reproduce versos de Eurípides al pie de la letra y otras los transforma conscientemente o los mezcla con sus propias reflexiones a través del diálogo de los personajes o de textos impresos sobre un fondo blanco. Va tejiendo así su personal universo mítico y de él extrae justo lo que le interesa, a saber, el drama de la contraposición de culturas. Mientras que Medea, según él, significa un mundo arcaico, mágico y religioso unido a rituales sangrientos de fertilidad, Jasón (a quien da vida el atleta Giuseppe Gentile) representa el mundo racional y pragmático. En nuestra memoria siempre quedarán las secuencias del niño Jasón paseando con su maestro, el Centauro Quirón (Laurent Terzieff), mientras éste le repite con solemnidad: “Todo es santo”.

La tercera película que recupera para el cine el más bello texto épico de la literatura griega es “La Odisea”, conocida también como “Las aventuras de Ulises”, que se concibió en principio como un ambicioso proyecto de la RAI italiana en coproducción con Yugoslavia, Francia y Alemania del Este. En realidad se rodaron durante el año 1968 un total de 446 minutos que se distribuyeron en 8 episodios de casi una hora de duración. Sin embargo, su enorme éxito en la pequeña pantalla animó a la productora a estrenar al año siguiente una versión de 109 minutos como película. En la redacción del guión intervinieron siete guionistas, en la filmación de las distintas secuencias tres directores, Franco Rossi, Piero Schivazappa y Mario Bava -éste último uno de los más destacados fotógrafos del “peplum” más representativo (7) - y contó con un reparto internacional encabezado por el actor armenio Bekim Fehmiu, como Ulises, y la griega Irene Papas, como su paciente y fiel esposa Penélope (8).

“Las aventuras de Ulises” es clara deudora del realismo de la “Electra” de Cacoyannis, y no sólo por contar con la presencia de la misma actriz protagonista y de una especie de coro de sirvientas que la acompaña en escenas casi dramáticas, sino por la recreación de una Grecia micénica completamente creíble. Pero, al mismo tiempo, su estilo visual nos recuerda el de Fellini o el de Pasolini, por ejemplo en el pasaje en el que Ulises pide ayuda a un Eolo un tanto surrealista, y en otros momentos el del “peplum” de los mejores tiempos, cuando Ulises se enfrenta a Polifemo o cuando “desciende a los infiernos”. Fotografiada por Aldo Giordani, contó con la dirección artística de Dario Cecchi y con la música de Carlo Rustichelli.

Quien haya leído el poema homérico tiene la sensación, al ver esta producción, de que está asistiendo a su declamación con el apoyo de imágenes. Tal es la fidelidad del guión con respecto al texto original. La voz en off y la interpretación de los actores contribuye a que los distintos cantos tomen vida y se cuida hasta el más mínimo detalle sin necesidad de supresiones precipitadas o de actualizaciones innecesarias. Esa es una de las grandes ventajas del formato de las series televisivas. Atrás queda el “Ulises” de Camerini, rodada quince años antes, que se inspiraba en la misma obra pero simplificándola al máximo, dejándose en el camino secuencias memorables e inventándose otras que cambiaban el sentido del original. En este “Ulises” tan humanizado y nihilista los dioses parecían no existir más que en el subconsciente de los débiles. De todos modos, la culpa no la tiene la limitación temporal de una película sino la redacción del guión. Por eso tampoco la última “Odisea” que filmó en 1997 Andrei Konchalovsky consigue superar a la versión que nos ocupa. A pesar de un alarde de efectos especiales y de que en ella los dioses sí que intervienen, echamos en falta el canto de las sirenas (un olvido imperdonable) y, lo que es más grave, los auténticos versos de Homero. Aquí los personajes, tanto divinos como humanos, repiten hasta la saciedad tópicos y frases hechas de cuño norteamericano que jamás un griego pronunciaría. Se cuida mucho el estilo realista de los decorados y de la vestimenta y nos transporta fácilmente a una época muy lejana en la que la reina prensaba la aceituna junto con sus sirvientas, pero cuando Ulises, Penélope, Circe o Calipso abren la boca todo se estropea. Esto mismo sigue sucediendo lamentablemente con las películas sobre la Grecia Antigua de última generación, que recrean una épica digital para mentes cortas olvidando que las historias están para transmitir emociones e ideas, no para desnudarlas y desvirtuarlas hasta convertirlas en mero soporte para un espectáculo más o menos deslumbrante.  El hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra.

En 1969 coincidieron los estrenos de tres películas europeas que tomaron en serio la riqueza y la actualidad de la literatura griega antigua. Grecia, que había sido encasillada en cientos de películas entre hipertrofias musculares, falditas cortas y ridículas columnas de cartón piedra, terminó por conseguir su madurez cinematográfica gracias al ingenio de autores muy distintos entre sí pero con un denominador común: el amor al hombre y la búsqueda de la verdad y de la belleza a través de la fusión del legado clásico con el séptimo arte.

BIBLIOGRAFÍA

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(1) Epistulae, II. 1. 156 – 157.

(2) Nos referimos, claro está, a Ava Gardner en “Venus era mujer” (1948) y a Rita Haywoth, encarnando a Terpsícore, en “La diosa de la danza” (1947).

(3) La película es “Ulises” (1954) dirigida por Mario Camerini.

(4) El cine de tema griego y su aplicación didáctica, pp. 21 -29.

(5) En esta línea se rodarán posteriormente en Italia “Los caníbales” (1969, Liliana Cavani), transposición de la Antígona de Sófocles al mundo moderno, y “Sócrates” (1970, Roberto Rosellini), una biografía del famoso filósofo griego rodada para la televisión. En Grecia será Theo Anguelópulos el principal director encargado de ofrecer al público sus personales relecturas de los antiguos mitos, como ha mostrado en repetidas ocasiones la profesora Amor López Jimeno (ver bibliografía).

(6) En los años 70 Dyonisis será el director artístico de Anguelópulos, Cacoyannis y Dassin.

(7) Fue el responsable de la filmación de las escenas acuáticas finales de “La batalla de Maratón” (1959, Jacques Tourneur) y dirigió “Ercole al centro de la terra” (1961).

(8) Completan el reparto Renaud Verley (Telémaco), Barbara Bach (Nausícaa), Marina Berti (Arete), Silla Gabel (Helena), Michèle Breton (Atenea), Juliette Mayniel (Circe), Mimmo Palmara (Aquiles), Bianca Doria (Anticlea), Vladimir Leib (Eolo), Enzo Fiermonte (Demódoco) y Samson Burke (Polifemo).

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ISSn 1988-8848