EL NOMBRE DE LA ROSA (J.-J. Annaud, 1986)

The Name of the Rose (J.-J. Annaud, 1986)

Lcdo. Pablo Puertas Carretero

Escritor
Granada

Resumen. Adaptación de la novela de Umberto Eco, Guillermo de Baskerville y su discípulo Adson acuden a una abadía para investigar una serie de crímenes. Ambientada en la Edad Media, la película nos conduce por medio de la intriga policíaca a través de la cultura medieval con algunos de sus problemas y sus protagonistas. El conocimiento de Eco sobre este periodo es decisivo a la hora de construir un mundo y una visión de esta época tan atrayente fiel.
Palabras clave. Umberto Eco, Jean-Jacques Annaud, Sean Connery, El nombre de la rosa, Edad Media.

Abstract. Adapted from the novel by Umberto Eco. William of Baskerville and his disciple Adson arrive at an abbey to investigate a series of crimes. Set in the Middle Ages, the film action takes us through a sherlock intrigue as a pretext to know better medieval culture and values. Umberto Eco awareness about this period is decisive in revisiting a past world and building an eruditional and realistic vision of this historical era full of shadows and bright lights.
Keywords. Umberto Eco, Jean-Jacques Annaud, Sean Connery, The Name of the Rose, Middle Ages.

 

 

Sin duda, una de las películas mejor paradas en la relación cine y novela histórica es ésta de la que vamos a tratar. Por desgracia, la ceguera de muchos “literatos” ha impedido el reconocimiento de muchas otras sin tener en cuenta que se trata de dos manifestaciones artísticas diferentes, sólo teniendo en cuenta el grado de fidelidad a la novela. Quizá ver y entender esta película o el libro les serviría para mucho.
Hay múltiples formas de leer una película así como de adaptar una novela a la pantalla, en este caso raspando la novela y usando las migillas. Una de estas formas es la “crítica amorosa” que a mi tanto me gusta y que, muy a mi pesar, es a la que más me acercaré, alejándome para muchos del sentido común, algo que probablemente será muy útil pero que carece de belleza.
Así que empecemos de menos a más. Lo primero el título. No creo que haya nadie que conozca El nombre de la rosa y no la Abadía del crimen, juego con el que muchos hemos disfrutado y que tantas noches hemos sufrido (los que no, deberían replantearse su vida). El segundo iba a ser el título, no obstante la trama policíaca iba a ser patente desde el primer momento por lo que se decidió cambiarlo a uno mucho más sugerente. ¿Cuál es el nombre de la rosa? ¿Qué simboliza una rosa? Su nombre es el de una muchacha con la que el narrador mantiene una relación, propia de la edad de dos jóvenes; no hay lujuria, hay amor; él quiere salvarla totalmente enamorado, ella lo espera en su partida. El nombre de la rosa es eso, la inocencia, la juventud, el trineo del señor Kane, el mundo que está alejado del bien y del mal y que consiste simplemente en vivir, la tierra que siempre nos dice la verdad y que, más o menos como decía Tagore, la experiencia se empeña en decirnos que nos engaña. –En realidad la teoría “más oficial” dice que es porque las curvas de los pétalos se asemejan al laberinto de la biblioteca: “ve leyendo y gira siempre a tu izquierda”, pero yo prefiero la mía, probablemente sea estúpida pero mucho más bonita–. Porque en ese mundo de rosebud no existe la maldad, pero sí en el de la experiencia. En la juventud estamos abiertos a todo, sin embargo, poco a poco, sin saber muy bien la razón, nos vamos encerrando en defender nuestra verdad creyendo que es la única; para eso sí es necesaria la experiencia.
Aquí ya encontramos una de las parejas, concepto en el que creo ahora que estoy escribiendo se va a centrar este comentario; por un lado la inocencia del joven aprendiz, por otro la sabiduría del maestro. Porque si Eco lo que busca son los paralelismos no veo ninguna razón para no rendirle homenaje y centrarnos nosotros en los pares, número dos, principio del par, imperfección del uno que provoca la insatisfacción y el intento de seguir adelante. Y qué mejor que una pareja para esta película, un don Quijote amante de los libros ilustrando a un Sancho Panza, lego en la materia, que quedará rendido a sus pies; pero sobre todo, en este caso, quién mejor que un Sherlock Holmes (“de Baskerville) y un Watson (“Adson”) para jugar en esta intriga policíaca.
La película se rige por paralelismos desde el primer momento. El comienzo con la imagen insinuada de un pastor finaliza con un gran angular mostrándonos la inmensidad de Dios, desde lo diminuto del hombre pasamos a lo infinito del Creador.
Centrados en los pares no debemos obviar el nombre de Sean Connery, Guillermo de Baskerville, Baskerville por Holmes y Guillermo por Ockham, filósofo conocido por su navaja y que guiará los pasos del “detective” a lo largo de la película; así quien parece culpable al principio también lo es, lo sencillo es lo más factible, el mundo no nos engaña –definición algo simplista pero económica–.

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También el tema es doble; el principal es la intriga policíaca, la búsqueda del asesino, pero sin olvidar la trama filosófica que es, ciertamente, sobre la que giran los acontecimientos. ¿Qué hace al hombre matar? No tan desarrollado como en el libro, la importancia de las creencias filosóficas es crucial en el film, no sólo la risa sino también si las ropas que llevaba Cristo eran o no suyas. De hecho esta última es la razón por la que nuestros personajes viajan a la abadía (verdadera del siglo XII situado en Eberbach; el “scriptorium” es el dormitorio, el refectorio el hospital y la sala del tribunal los sótanos, lo demás es construido como decorado –no podemos obviar que se cuidan mucho los detalles, tanto la fotografía como los vestidos, los rostros y, por supuesto, los cerdos negros-). Aparentemente es una cuestión un poco tonta y que a los de la caja de bombones les puede llevar a una sonrisa estúpida, sin embargo es un debate bastante complejo que conduce a la conciencia de si la Iglesia debe ser pobre o por el contrario acumular riquezas para mayor gloria del Altísimo. Encontramos en relación a esto a nuestro par de dos que pertenecen a la orden mendicante de los franciscanos, orden que defiende la pobreza y vive de las limosnas –Guillermo de Ockham también–.

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Por un lado se enfrentan los gorditos con cara de mala leche contra los flacuchos (excepto Sean Connery, el guaperas), los ricamente vestidos frente a los que se cubren con un raído “saco”, sin embargo entra en lid algo más, la avaricicia que representa el Papa Juan XXII y sus representantes contra la soberbia de Guillermo de Baskerville, ambos pecados de gran importancia y que alternaron en prioridad durante largo tiempo, es decir, que el debate teologal, aunque en la peli no se le preste demasiada atención, no es pecata minuta (que bien me ha venido esta expresión aquí), sobre todo teniendo en cuenta que el pueblo se alimenta de las sobras que caen de la abadía y por las que se tienen que pelear

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La aparición de la figura de Ubertino da Casale es interesante no sólo históricamente sino también en cuanto al transcurso del film. Él es el responsable de una falsa conducción de la trama por parte del espectador al relacionar las muertes con el Apocalipsis, tan de moda en esta época y que encontramos en numerosísimas películas que se centran en la Edad Media, como por ejemplo la magnífica El séptimo sello. Ubertino poco más influye, excepto, con el gesto y mirada cariñosos, en las risas del espectador que sólo piensa en lo único. Se encuentra retirado en una abadía benedictina, como realmente sucedió –recordemos que Eco es un grandísimo conocedor de la Edad Media–. Fue el líder de los franciscanos espirituales, defensores a ultranza de la pobreza –los conventuales eran más light- que llegaron a tachar de herejes a los papas terminando Juan XXII por hacer lo propio con él y excomulgarlo, teniendo que ir probablemente a Alemania donde se dice que lo asesinaron aunque ni el mismísimo Dante, en su Canto XII del Paraíso, nos cuenta su final.
Ora et labora nos lleva a otro de los temas más importantes de la película. Impresionantes son en muchos sentidos las escenas del escriptorium para los fanáticos de estos temas, mucho más la biblioteca, una de las mayores bibliotecas de la cristiandad –es posible que tenga todos los libros habidos y por haber, como la de Babel– en la que se incluye, por qué no, el Beato de Liébana –atribuido a un monje de esa localidad en el siglo VIII que se llamaba Beato, lo que hizo que al resto de los comentarios sobre el Apocalipsis llevaran este nombre-, detalle de Eco que aceptamos como animal acuático.

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Aunque la labor de copia en los monasterios ya estaba en decadencia en esa época no deja de ser un buen ejemplo de cómo se trabajaba aunque se podían haber incluido algunos detalles. No se trata de creación sino de copia, la obligación de los monjes de leer –las gafas de Sean Connery son un invento relativamente muy nuevo en la época– hace necesaria la copia “masiva” la cual se realiza por varios copistas  que dan a luz verdaderas obras de arte, unos más inspirados que otros, coordinados y controlados por una especie de encargado. Me hubiera gustado un primer plano de la posición de la mano, no serviría para nada pero a los frikis estos detalles nos gustan.
Los libros... el libro... ¿Que libro es el responsable de las muertes? Jorge Luis Borges lo sabe, perdón, quería decir Jorge de Burgos, el bibliotecario ciego (uy, que casualidad). Los libros representan la sabiduría, en ellos se recogen los pensamientos de sabios, por eso no hay afirmaciones novedosas claramente sino que siempre es necesario apoyarse en uno de ellos, porque dan al argumento autoridad.
Dónde mejor que en el scriptorium para discutir sobre la risa, debate mucho más importante de lo que en un principio parece. San Benito parece no tenía mucho sentido del humor (o demasiado) y criticaba todo lo que llevase a la risa, más si esta era descomunal. Jorge de Burgos nos dirá que es un viento diabólico que nos transforma en monos. Para Guillermo la risa es un atributo humano, por lo tanto por qué va a ser malo. Recordemos que también duda de que la mujer sea la perdición del hombre, algo que en esos tiempos era casi una perogrullada. La risa es mala porque Jesús nunca rió (claro que cuando sabes lo que te espera no debe hacer mucha gracia nada), Platón tampoco era muy adepto a las carcajadas (debe ser porque se pasaba el día tomando notas del maestro vago). La risa libera al pueblo y eso, a los poderosos, no les gusta demasiado. Será la Escolástica quién vuelva al tema de no se dice que Jesús riera (en los Apócrifos sí), no obstante tampoco se niega.
La risa, ese mal diabólico, nos conducirá a través del laberinto hasta llegar a Jorge de Burgos y a ese libro griego que hace que los hombres maten y que habla de la comedia y de la risa. Es totalmente impensable que Aristóteles no sólo defienda la risa sino que la eleve a la altura del Arte, Jorge de Burgos, con esa cara de cachondo mental, lo intentará evitar porque la risa mata el miedo y es el miedo quien da la fe. ¿Qué si no hace que el hombre busque un sentido transcendental si no es el miedo a la muerte, al vacío, a la total extinción de su yo? Lo mejor es envenenar las páginas para asegurarse de que todo aquel que lea el libro muera para evitarles las llamas del infierno, las cuales acaban tanto con Jorge de Burgos como con “su” Aristóteles. Seguro que hay muchos más capacitados que yo para explicar la importancia de alguien como Aristóteles en la época pero no olviden tener en cuenta que Jorge prefiere matar a los lectores antes que destruir el libro.

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Si siniestro es el personaje del Jorge de Burgos, no lo es menos el de Bernardo de Gui, religioso que hizo frente a tres tipos de herejía principalmente: el catarismo, el valdismo y el beguismo. Su labor no pasó desapercibida para el papa Juan XXII que lo ascendió al espiscopado y lo dota de poderes para combatir cualquier tipo de magia –aunque la brujería no era un problema en la época, está bastante exagerado: recordemos por ejemplo que los juicios de Salem serán a finales del XVII–.
Bernardo de Gui es encarnado de manera magistral por Murray Abraham mostrándonos no sólo que está loco sino que su simple visión nos hace arrepentirnos de nuestros pecados vayamos a caer en manos de semejante ser. Su aparición en escena ya de por sí acojona, se percibe un dramatismo tremendo en su llegada, la cual espera ansioso Jorge de Burgos ya que gracias a él la culpable será la brujería o el diablo, obsesiones de este torturador nato. Así, su llegada acabará con la muchacha, bruja por supuesto como no puede caber la menor duda –sip- y con los dulcinistas, aquellos quienes se encargaban de aligerar la vida de los obispos gordos y ricos. Fray Dulcino (Dulcino de Novara, 1250-1307) ya había sido torturado y quemado, qué menos se podía esperar para sus seguidores. Guillermo y Bernardo ya se conocían gracias a un episodio que no nos debe sorprender. Guillermo había sido inquisidor en sus primeros tiempos, en aquellos en los que la Inquisición era más light y se dedicaba a orientar, no a matar, y llegó a sus manos un caso en los que un hombre fue acusado de herejía por traducir un libro griego que pugnaba con las escrituras. Como es lógico, nuestro superhéroe no quiso condenarlo en un principio, suponiéndole la cárcel, por lo que, como la carne es débil, se retractó, lo cual provocó la muerte del traductor (algo a lo que tampoco vendría muy mal volver viendo el trabajo de algunos traductores). Bernardo gana pero no consigue quedar moralmente por encima de Guillermo así que ahora es el momento de volver a intentarlo y hundirlo. Bernardo no es un hombre que se ande con chiquitas, de hecho, la fórmula que él defiende en la vida real es que como Dios conoce a los suyos, matad a todo el mundo, que Él ya salvará a quien tenga que salvar.

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Bernardo, entre otras personas, condenará a la muchacha por brujería que, al final se salvará (la nana que canta el feo, el cual hace un papel magnífico en En busca del fuego, cuando va a morir es muy interesante). Adso la encuentra esperándolo en su partida pero supera la tentación de quedarse con ella y sigue a su maestro. Ahora lo recuerda mientras cuenta su historia, ahora palpa aquel cuerpo, aquel tiempo del que ya, tan solo, nos queda el nombre, el nombre de la rosa.

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ISSN 1988-8848