LA VÍA LÁCTEA (L. Buñuel, 1968)
¿VINO NUEVO EN ODRES VIEJOS?
FORMA Y TEMÁTICA DE LA VÍA LÁCTEA DE L. BUÑUEL

The Milky Way (L. Buñuel, 1968). New wine into old wineskins?
Form and thematic in The Milky Way by Buñuel

Dr. Pedro Castillo Maldonado

Historiador
Jaén

Resumen. En este artículo se ponen de manifiesto las analogías de la Vía Láctea, de su estructura narrativa, con un subgénero literario cristiano tardoantiguo y altomedieval, los itineraria; y de su temática con otro subgénero, los indiculi haeresibus. Son los “odres viejos” de los que sirve Buñuel. Sin embargo, Buñuel, que realiza este film en el mítico año de 1968, siempre apuesta por el heterodoxo, por el perdedor, por el asocial. Es su “vino nuevo”. Finalmente, el ateo, crítico y antidogmático Buñuel sólo salvará del cristianismo la estética y la milagrería, pues belleza e irracionalidad son lo único que puede salvarnos de la moral institucional y de una modernidad racionalista despersonalizada. En todo ello advertimos las raíces profundamente hispanas del autor.
Palabras clave. Buñuel, La Vía Láctea, Religión y Cine, Literatura Antigua y Cine, Antigüedad y Cine.

Abstract. This paper discusses the different analogies in the Milky Way movie, likening the narrative structure to a literary sub-genre situated between Christian Late Antiquity and High Middle Ages (the itineraria) or juxtaposing the film’s thematics with another sub-genre, the indiculi haeresibus. Buñuel serves his movie (“wine”) in a old wineskin. Despite the fact of directing the film during the mythical year 1968, Buñuel bets on the heterodox, the loser and the asocial. It is his “new wine”. Eventually, the atheistic, the critic and anti-dogmatic Buñuel will reclaim from Christianism only the aesthetics and the thaumaturgy, since beauty and irrationality are the only things that can save us from the institutionalised moral and from an impersonal rationalistic modernity. The deep Spanish roots of the author are present, all through this masterpiece,
Key words. Buñuel, Milky Way, Religion and Cinema, Ancient Literature and Cinema, Antiquity and Cinema.

 

 

Por más que harto conocida, no deja de ser tan llamativa como chocante la dedicación de un ateo confeso, Luis Buñuel, por el cristianismo, y en especial por las formas más antiguas del mismo. Es una temática recurrente en su filmografía, con muestras destacadas en L’Âge d’or (1930), Nazarín (1959), Viridiana (1961), Simón del Desierto (1964), Tristana (1970), o, como es el caso que nos ocupa, La Voie Lactée (1968).
Tal referente de su obra creativa se debe a su indudable hispanidad y, en relación con la ocupación preferente por el cristianismo tardoantiguo y medieval, muy plausiblemente a un convencimiento que le hacía ver en estos desarrollos históricos la esencia de cuanto le tocó vivir en su Calanda natal, donde la religión conformaba un folklore, una antropología, que daba cabida a las mañanas de domingo, como la filmada por los Jimeno en la Salida de Misa de doce del Pilar (1896); al sonido ensordecedor de los tambores que rompen el silencio de la noche de Viernes Santo, que usara a modo de banda sonora en su Simón; o a las leyendas doradas de santos y milagros como el operado con el cojo Pellicer, a quien la Virgen le devolviera un pie amputado, y que también inspirara una jocosa secuencia del mismo filme.
Sin embargo, Buñuel en La Vía Láctea logra sorprendernos, pues elige no sólo tan querida temática, sino una estructura narrativa semejante a un subgénero propio de la antigua literatura cristiana: el itinerarium. El propio soporte cinematográfico conduce al autor a plantear su filme como un itinerario, presentando analogías con los relatos de peregrinos tardoantiguos y medievales, las guías y diarios de ruta motivados por la peregrinatio ad sanctos, cuya máxima expresión son los relatos de viajes al Próximo Oriente, a los escenarios bíblicos y a Roma –de la que es buena prueba nuestro vocablo “romería”, obviamente con étimo en la Ciudad Eterna–. Aunque con representantes como el Burdigalense, el Breviario de Jerusalén, Pedro Diácono, Antonio de Piacenza o el Itinerario de Malmesbury, no creemos que sea casualidad que la literatura hispana cuente con el que acaso sea el mayor referente de este subgénero en el Itinerarium de la virgen Egeria. Desde esta perspectiva, Buñuel no hace sino beber en los clásicos hispanos para elaborar su propia obra.

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El motivo que elige no podía ser sino el gran referente cultural de la Edad Media occidental, y que habría de marcar la europeidad de la cultura hispana: el Camino de Santiago. Esta Vía Láctea, que trasciende al tiempo y al espacio, es el recorrido por los protagonistas del filme, Pierre (Paul Frankeur) y Jean (Laurent Terzieff). La misma peregrinación religiosa era una terapia del espacio, operando una verdadera metanoia en quien la experimentaba, pasando de esta manera el camino a protagonizar el viaje, al ser lo único permanente. De forma consecuente, Buñuel prescinde de las coordenadas espacio-temporales, liberándose así de las restricciones históricas, y permitiéndose licencias como mostrar en este camino a Prisciliano, hereje del siglo IV, junto a la Guardia Civil, instrumento de poder contemporáneo. Con estos principios, otium theologicum, misticismo, sexualidad, etc…son recreados por Buñuel hasta conformar un abigarrado mosaico de sus propias obsesiones, que no son sino, paradójicamente en un ateo confeso, las características de la historia del cristianismo, y muy especialmente del catolicismo hispano.

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No es casual, por tanto, que Buñuel eligiera el relato de viajes como medio para mostrar las herejías. Sin embargo, el viaje protagonizado por Pierre y Jean no será con motivo de la visita al santo. De hecho, el filme acaba sin que los “peregrinos” lleguen a Santiago y casi podríamos decir que poco o nada les interesa del mismo. Entonces, ¿por qué elegir la temática y la forma de un itinerarium? Además de las evidentes posibilidades narrativas, técnicas y en definitiva fílmicas que esto le ofrecía, conectaba así con el más prístino cristianismo: “peregrini et hospites sunt super terram” según la sentencia de Hebr. 11, 13. El atractivo de este planteamiento se acrecentaba si se considera que una vez conformada la institución eclesial detentadora de lo que conocemos como ortodoxia, el mero deambular ya era motivo de sospecha, lo que sin duda despertaba el interés del aragonés. Frente a la esencia del cristianismo que siempre está en la peregrinación, sabemos de pronunciamientos institucionales, eclesiásticos, contra lo que pudiéramos denominar la itinerancia, como los de Isidoro de Sevilla respecto de la uagatio en su tratado De ecclesiasticis officiis, donde asimila a los itinerantes con los odiados circumceliones y giróvagos; por no mencionar a sarabaítas y remobaítas, que construían falsos monasterios por ánimo de lucro, es decir, todo un conjunto de asociales que sin duda contaban con las simpatías del imaginario buñueliano. Sus propios protagonistas, Pierre y Jean, no son sino esto, asociales; mitad ingenuos, mitad pícaros.

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A lo largo del camino, del filme, van a salir a escena las diversas interpretaciones cristinas sobre el dogma, de lo que paradójicamente se pretende la única verdad: desde los priscilianistas hasta los libertinos, desde los origenistas a los jansenitas. Constituye así este filme un auténtico rosario de herejías, presentando de nuevo analogías con otro subgénero de la literatura cristiana antigua: los listados de herejías o, con más propiedad, los indiculi de haeresibus. Cuenta tal subgénero con eximios representantes en autores como el Pseudo-Jerónimo, Filastrio de Brescia y, más cercano al aragonés, el ya mencionado Isidoro de Sevilla, el gran forjador de la cristiandad tardoantigua hispana y –junto con Benito de Nursia y Tomás de Aquino– del Medievo europeo.
Efectivamente, Buñuel realiza en este film todo un compendio de herejías, esto es, lo mismo que hiciera el más destacado de los teólogos y escritores hispanos, el obispo de Sevilla con su De haeresibus liber, recopilado posteriormente en el libro homónimo de las Etymologiae. Parafraseando el dictamen de Braulio de Zaragoza en la Renotatio librorum sobre lo hecho por el sevillano, podríamos decir que Buñuel aborda aquí noticias dispersas recogidas con la mayor brevedad posible. En este sentido, opúsculo y film nos aparecen análogos; tal es la hispanidad, y ya son dos las ocasiones en que esto ocurre, de lo que hemos de llamar –sin temor a equivocarnos– los cimientos culturales de Buñuel.

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No obstante, hay una diferencia esencial entre lo realizado por el teólogo y el cineasta. Mientras al primero le interesan las diferencias doctrinales, el aragonés, tal vez fruto no tanto de su innegable erudición como de una genial y formidable intuición, entendía que las simples discrepancias teológicas no se alejaban en demasía –desde luego no tanto como pretendemos los historiadores modernos– de la interpretación cristiana dominante, de lo que conocemos como ortodoxia.

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Así aparecen, por ejemplo, en las charlas de camareros y espadachines de este filme, y ya se había burlado de las mismas previamente con motivo de su Simón, en una escena de altercatio theologica a medio camino entre el surrealismo y el esperpento, cuando los monjes que asistían al estilita se enzarzaran en una disputa sobre la naturaleza cristológica. Tampoco falta en La Vía Láctea una escena similar, llena de contrasentidos e ironía, ahora con motivo del diálogo entre un cura loco y un gendarme.
Difícilmente podían interesar a Buñuel las complejas discusiones trinitarias, pascuales, etc… propias de la época y que determinaban la distinción entre ortodoxia y heterodoxia, entre dogma y herejía, pero sí las distintas formas de vida que comportaban. Quizá pudiéramos sintetizar su posicionamiento diciendo que Buñuel se muestra tan profundamente antidogmático como moral. Al fin y al cabo, qué era la herejía sino la disidencia de una organización conformada trabajosamente, de lo que los historiadores alemanes dieron en llamar la Grossen Kirche, que veía en la uniformidad un bien en sí mismo (lo que le llevaría a recurrir, tras la excomunicatio, al más terrible de los medios, el asesinato del discrepante, método inaugurado con la muerte un obispo hispano, Prisciliano, en Tréveris en el año 395).

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Dado este paso trascendental, el heterodoxo deja de ser un problema de opinión, o pecado de soberbia intelectual si se prefiere usar la terminología del pensamiento teológico de la Antigüedad, para constituirse en un  delincuente con propuestas perniciosas para el poder. Esta es la razón última, a mi parecer, de la fascinación de Buñuel por los movimientos heréticos: sus propuestas asociales, su profundo amor por la libertad individual y su repulsión por lo institucional.
Y sin embargo, no obstante todo lo dicho hasta aquí y en especial lo que tiene que ver con los “odres” empleados, sería un error ver en La Vía Láctea un ejercicio nemotécnico, una simple recordatio ueteris lectionis. Aunque inspirado en los itinerarios y los catálogos de herejes, como film que es, la obra de Buñuel no podía tener un carácter historicista, ensayístico o enciclopédico.
No creemos que sea mera casualidad que esta película fuera editada en el ya mítico año de 1968. Propuesta contrainstitucional y, sobre todo, moral personal, son un “vino” que conecta perfectamente con los postulados del 68 y por tanto con un movimiento de denuncia de un nuevo dogma, el de la moral burguesa, del que Buñuel se ocuparía ampliamente en filmes como Belle de Jour o Le charme discret de la bourgeoisie.
Refractario a toda la normalización institucional, el español Buñuel retrata genialmente la disidencia inspirándose en el cristianismo tardoantiguo y altomedieval, como hiciera el italiano Fellini con los clásicos latinos en su Satiricón. Constituye así su obra un canto a la moral individual, realizado con una pasión más propia de la parresía característica de la Antigüedad, que de la fría y a menudo temerosa libertad de expresión contemporánea.

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Con estas conclusiones, ¿cómo explicar la fascinación de Buñuel por la religión, que da razón a este filme? A falta –hasta donde alcanzo a saber– de una declaración explícita, nítida y clara al respecto, tal vez una frase de la Vía Láctea nos pueda iluminar: “Mi odio hacia la ciencia y mi horror a la tecnología me llevarán finalmente a la absurda creencia en Dios”. En definitiva su ateísmo, lejos de ser una postura racionalista, es el propio de alguien que, tal vez malgré lui, no podía abandonarse a tan absurda creencia o, como dirían los padres de la Iglesia bien conocidos por el cineasta, de quien que no había sido tocado por la Gracia. No en balde Buñuel entiende, y así se expresa uno de los personajes de la película, que la fe se adquiere a través del corazón, no de la razón. A este respecto, es más que sintomático que el único dogma retratado con cariño en este filme sea el mariano, declarado como el más bello del cristianismo: finalmente será la estética y la milagrería, lo extraordinario, lo que salve Buñuel de esta religión; aquello que más puede llegar al corazón.

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ISSN 1988-8848